SI CONFESAMOS -y es- que la religión es una ligadura que vincula al ser humano con Dios, la fe es la primera maroma, el primer grueso calabrote con cuyo nudo quedamos atados a Dios. Pero este nudo que, al principio, aprieta y nos une a Dios, fácilmente comienza a aflojarse con el tiempo. Esto es lo que pasa con todos los nudos, y también con el nudo de la fe cristiana. Con el tiempo se introducen, como cuñas, las dudas y las vacilaciones, fenómeno de la más normal. Ya Guardini escribió que "la fe es la capacidad de soportar dudas".

Más de una vez nos podemos sentir muy alarmados ante nuestras dudas de fe. Sin embargo, nos debe alarmar más cuando creemos tener pruebas válidas de la existencia de Dios, porque, a lo mejor, no creemos en Dios, sino en nuestras pruebas.

Por otra parte, la fe no es solo ni principalmente creer en algo sino, sobre todo, creer en alguien, encontrarse con alguien. Porque dos personas se encuentran mutuamente y establecen una puesta en común de la mente, de la voluntad, del corazón, de la vida.

Tal vez, los cristianos de hoy nos estemos empeñando en aflojar los nudos que nos ligan con la fe en Cristo. No es posible seguir a Cristo y, al mismo tiempo, no querer moverse de donde está cada uno. Lo que se opone a la fe no son las dudas e interrogantes que pueden nacer sinceramente en nosotros, sino la indiferencia y la superficialidad de nuestra vida.

San Agustín decía que "cuando nos apartamos del fuego, el fuego sigue dando calor, pero nos enfriamos. Cuando nos apartamos de la luz, la luz sigue brillando, pero nosotros nos cubrimos de sombra. Lo mismo nos ocurre cuando nos apartamos de Dios". Nos aflojamos -o nos quitamos- los nudos que nos ligan con Él.