CREAR empleo en vez de responder a las provocaciones del PP. Ese es el último consejo de Rubalcaba a sus seguidores. En principio, bien. Lo malo es que no existe una fórmula -ni mágica, ni de las otras- para generar empleo por un mero gesto de voluntarismo. Salvo que quien gobierna decida tirar, todavía más, de la caja del erario y aumentar sensiblemente el número de asalariados públicos. Algo que se acabó. Se acabó después de que Merkel y Sarkozy, cansados de que Zapatero les tomara el pelo en el nombre del talante, llamaran a Obama para que a su vez el presidente del imperio se pusiera en contacto con la Moncloa. Sonó el teléfono, le dijeron al hombre del buen rollito que era su amigo de Estados Unidos y don José Luis corrió raudo en busca del auricular. Aunque, realidades de la vida, la felicidad del pobre dura poco. Obama no lo llamaba para felicitarlo por algo ni para confraternizar con él, olvidado el asunto de las posaderas en el banco al paso de la bandera. Le telefoneaba para darle un tirón de orejas, como dirían los peninsulares, o para meterle la bulla, expresión más al uso en los lajas de estos alrededores isleños, archipielágicos, atlánticos y lo demás.

La ironía es lo único que nos queda a estas alturas. El Gobierno está políticamente finiquitado. El Gobierno de Canarias también, pero a éste le toca la renovación antes; apenas dentro de un trimestre. Acaso un poco más. Lo que tarde en negociar el segundo y el tercero de los que decidan las urnas, habida cuenta de que el primero, salvo que sea éste CC, tiene difícil hacerse con el poder. Los 31 diputados de la mayoría absoluta son imposibles. Lo han sido desde siempre con esta ley electoral.

Tiene más recorrido, en cambio, y para amplia desgracia del país, el Ejecutivo de Zapatero. Me dice un amigo desde Madrid que el cabreo es mayor en los círculos socialistas que en los peperos. La derrota del PSOE ya la han asumido en los cuarteles de la progresía. Lo que ahora intentan evitar es que la goleada sea de escándalo. No comprenden el empecinamiento del presidente por prolongarse hasta 2012 a costa de causarle un enorme desgaste al partido. Desde hace dos o tres meses el tiempo corre a favor del PP. Rajoy menciona en algún discurso que otro, siempre frente a un enfervorizado y entregado auditorio, que las elecciones son urgentes. Pero no hace nada para materializar esa urgencia. Sabe -lo saben hasta los chinos que todavía no han salido de Shangai para vender camisas al peso en Lavapiés o aquí mismo, en el mismísimo Santa Cruz de Tenerife- que la debacle del PSOE aumenta cada día. Como gallego que es, prefiere encender un cigarro puro, sentarse en el sillón y ver como transcurren los acontecimientos. Algo parecido a esa actitud calmosa con la que se sienta por las tardes, cada mes de julio, a ver en la tele el final de la etapa del Tour.

En la esfera de los políticos, un esquema aceptable. Lo malo es que quienes pagan las consecuencias de esta parálisis no son ellos. Son los trabajadores que se quedan sin trabajo, los empresarios que se quedan sin empresa y un país entero que está asombrando a Europa, e incluso al mundo, con el mejor ejemplo de cómo se puede caer en la ruina más absoluta en el menor tiempo posible. No diga usted más paridas, don Alfredo; ni siquiera en un mitin.