MAL de muchos, consuelo de tontos. Eso dice un conocido refrán. Afirma Paulino Rivero que somos la cuarta comunidad autónoma española que más invierte en educación, y que estamos muy lejos de los que menos lo hacen. ¿Por qué no somos la primera, habida cuenta de que sí estamos en el pelotón de cabeza del fracaso escolar?

El Gobierno regional destina actualmente a educación aproximadamente uno de cada cuatro euros de su presupuesto. ¿Mucho o poco? Depende de cómo se emplee. A mí podrían darme todo el dinero atesorado en el Banco de España, y aun en la Reserva Federal de los gringos, para que entrenase al Club Deportivo Tenerife hasta llevarlo de nuevo a primera división. Lo más probable, empero, es que con mis conocimientos futbolísticos, nuestro querido equipo representativo acabase en tercera regional. ¿Quiere decir con esto que los culpables de los yerros de la enseñanza en Canarias son los profesores y no los políticos? En absoluto. Ni los unos, ni los otros; ni siquiera los padres, de cuya responsabilidad siempre se habla; incluso Rivero acaba de hacerlo.

Cierto que de vez en cuando, y sin que necesariamente sirva de precedente, no estaría mal que los profesores protestasen en pública manifestación no por mejorar sus sueldos o su estabilidad en el empleo, sino para exigir una enseñanza de calidad. Porque cuando los docentes salen a la calle precisamente para pedir que mejore la calidad de la enseñanza, en los subtítulos de las pancartas subyace la reclamación de más maestros y mejor pagados. Factores, nadie lo duda, que contribuyen a evitar ese tan cacareado fracaso escolar, pero que no son los únicos que intervienen a la hora de lograr que los escolares realmente aprendan. Ocurre en esto, dicho sea de paso, algo similar a lo que está sucediendo con los bomberos; funcionarios que llevan algún tiempo en huelga soterrada porque consideran que debe haber como mínimo 44 de servicio cada día en Tenerife en vez de los 40 fijados actualmente por el Consorcio. Con 44 hay que mantener las horas extras que cobraban hasta hace poco; con 40, no tanto. Y como el Cabildo, como casi ningún organismo de la Administración ya sea estatal, autonómico, insular o municipal, no tiene un euro en sus arcas, pues no hay horas extras. El caso es que una reclamación internamente monetaria se le vende a la opinión pública como una preocupación por la calidad del servicio. Más de lo mismo.

No obstante, sería injusto -insisto en ello, amén de haberlo dicho en más de una ocasión- culpar a los profesores. Ni tampoco a los padres por descuidar en algunos casos -en la mayoría no; hay muchísimas familias en las que se vigila muy de cerca cuanto atañe a la enseñanza de los hijos- el seguimiento escolar de unos niños cuyos padres apenas tienen tiempo para convivir con ellos. En realidad, existe un mar de fondo en el que naufragan los esfuerzos de los profesores, políticos y padres: la falta de convencimiento general de que no sólo hoy, sino también desde hace bastante tiempo, la formación es imprescindible hasta para cuidar el jardín del vecino. Mientras no se cambie esa mentalidad, los esfuerzos por mejorar la calidad de la enseñanza serán inútiles.