MUCHOS han afirmado reiteradamente que este es un país de izquierdas. O, cuando menos, de centro izquierda. Algo que no cuestiono. La izquierda, eso que hoy se llama progresismo, ha sido el estandarte tradicional de la intelectualidad desde la Segunda República, e incluso desde antes. Quienes poseían esas ideas de forma innata, las ejercían sin más; y quienes no, procuraban ocultarlas para no ser excluidos de los círculos del pensamiento elevado. Cierto que durante el franquismo no era de recibo proclamar un ideario conservador si uno aspiraba a que lo tomasen en serio en esos foros del intelecto. Ni tampoco lo fue durante el postfranquismo porque la transición, aunque fuese planteada bajo una continuidad exenta de traumas políticos y sociales, requería ciertos ingredientes de ruptura con el pasado inmediato.

Cabría recordar, empero, que en los aciagos años de la República había intelectuales tanto de izquierdas como de derechas. Muchos de ellos optaron por el exilio antes de que estallara la tragedia fratricida, o en los primeros meses de ésta. Cabría suponer también que a día de hoy carece de peso específico cualquier ideología democráticamente aceptable para acceder a la intelectualidad o ser excluido de ella. No obstante, una cosa es la lógica y otra la realidad. Ahí tenemos a todo el "elenco" cultural español adocenado al poder socialista porque quienes están gobernando el país, al margen de apoquinarles cuantiosas subvenciones, son los suyos. Simultáneamente, vemos a toda la "flor y nata" de la cultura canaria de uñas contra el Ejecutivo autonómico, sean cuales sean sus políticas, por el mismo motivo aunque en sentido inverso: quienes deciden en estas Islas desde hace tiempo no son de su cuerda ideológica. Este continúa siendo el esquema intelectual que nos rige. Un aspecto para el que no ha habido transición de ningún tipo.

¿Y qué decir de las ciencias y las letras? ¿Es este un país de ciencias o de letras? Personas de la altura de Francisco Sánchez se han quejado amargamente, en más de una ocasión, de que este es un país de letras en el que no es posible implementar una cultura científica favorecedora de la investigación y, consecuentemente, propiciar un desarrollo tecnológico para no seguir dependiendo del ladrillo y la especulación inmobiliaria. Aciertan quienes piensan así. En España, tampoco nos engañemos en eso, cualquier señor al uso presume no sólo de su cultura de letras, sino también de su ignorancia en ciencias. Es un baldón admitir que se ignora quien es Lope o Calderón, pero no que se desconoce la existencia de Newton, Pascal, Cauchy, Gauss o Darwin, excluido Einstein a propósito porque la Teoría de la relatividad les sigue sonando a muchos aunque sea en forma de campanadas lejanas. Pero tampoco es este un país de letras. Hace poco comentaba un profesor que enseña sociología en una destacada universidad británica su alarma porque varios alumnos le habían preguntado, al principio del curso, si tendrían que leer algún libro para aprobar la asignatura. Sobra decir que la situación española no es mejor en este aspecto.

En este contexto, a lo mejor resulta interesante saber cuántos de quienes hoy se andan rasgando las vestiduras por las esquinas, y hasta en la plaza pública, por la decisión del Parlamento de Canarias de dedicar el Día de las Letras del próximo año al físico Blas Cabrera se han metido entre pecho y espalda una parte significativa de ese medio centenar de textos clásicos de lectura obligada entre los que cabe citar "Las metamorfosis" de Ovidio, la "Ilíada" de Homero, "La Divina comedia" de Dante e incluso "Las mil y una noches" de varios autores o si, dando un paso a las obras de pensamiento, han hojeado -al menos eso- "El contrato social" de Rousseau, "El Capital" de Marx, "El príncipe" de Maquiavelo, "Las noventa y cinco tesis" de Lutero (se leen en diez minutos), la "Ética" de Spinoza y, para concluir una relación bastante más larga de obligadísima lectura, el Nuevo Testamento, el Corán o las "Analectas" de Confucio. Y si pasamos a las novelas clásicas de lectura igualmente ineludible, ¿cuántos de esos airados "letrólogos" saben de qué va "La Celestina", "Fausto", "Don Quijote", "Moby Dick", "Los miserables", "Crimen y castigo", "Ulises", "Al este del edén", "Un mundo feliz" o "La señora Dalloway"? ¿Saben todos ellos al menos quién escribió cada una de estas novelas? Y si extendemos las letras al ámbito mayor de la cultura, ¿cuántos de estos hombres y mujeres de letras han visitado museos como el Louvre, el Británico, el Ermitage, el de Delfos o el Prado, por citar en último lugar a la mayor pinacoteca del mundo? Intuyo que incluso si dejamos al margen los museos, la música o el cine para ceñirnos sólo a las letras, en las lagunas culturales de muchos de esos críticos con la propuesta del Parlamento cabe el caudal mensual del Amazonas.

Es verdad que los miembros de la Cámara regional no están para muchos trotes literarios o científicos. Realmente ni siquiera están a la altura de lo que cualquiera podría exigirles como políticos en estos tiempos de penurias, pues siguen cobrando los sobresueldos que se subieron y buscando retiros dorados para algunos de sus miembros. Sin embargo, no han cometido ningún disparate de lesa cultura con la propuesta de Blas Cabrera. Los científicos a veces recalan en la literatura para exponer sus teorías. Lo ha hecho Darwin en "El origen de las especies", Pascal en "Pensamientos", Weinberg en "Los tres primeros minutos del Universo", Hawking en "Historia del tiempo", Morris en "El mono desnudo" o Dawkins en "El gen egoísta", amén de un largo etcétera en el que cabe incluir a un sinfín de médicos escritores. Se me antoja más difícil, en cambio, imaginarme a un literato puro de esos que andan encrespados estos días escribiendo un ensayo científico.