NO SÉ CUÁNDO comenzó esta historia, pero siempre he estado enamorada de Armando. No sé si ha sido por su manera de decir o por la forma en que susurra en sus canciones de amor. Digo que no lo sé, porque este amor platónico no se cimenta en su figura breve, ni en su piel cobriza; tampoco en sus rasgos indígenas ni en sus muchos años, si acaso puede que encontrara el punto de admiración en una vida que siempre ha estado dedicada a la música y al amor, pues este mexicano es un maestro de la armonía, un romántico que a través de sus más de cuatrocientas composiciones ha mantenido la esencia del amor, pues todas ellas están hechas con la calidad de un creador que se caracteriza por una música ordenada, armónica y sin escándalos.

¿Quién no ha sido consolado, enamorado, comprendido, olvidado y acompañado con en esa magia del amor-desamor que canta el bolero? Un ritmo que sabe a besos y a lágrimas por un igual, que se pega a la piel, que despliega su pasión a la luz de la luna y que no envejece pese a haber cumplido más de un siglo de vida, pues ya se sabe que los mitos están condenados a no cumplir años y el bolero, que lo sabe, se reinventa continuamente. Atrás han quedado sus raíces españolas, el tiempo en que su música aristocrática se ensoleró con el danzón y la habanera cubana, hasta que un día decide hacerse barca y echarse al mar en busca de otras tierras. Arriba, entonces, a México, por la península de Yucatán, cambiando el ritmo del amor en el mundo, convirtiéndose en la banda sonora de la seducción y el deseo.

El bolero habla de la vida y de la muerte, de la cercanía y de las ausencias del ser amado, del amor imaginado, prohibido, transferido, inalcanzable, idealizado, de la búsqueda del otro, pero también del desamor y del olvido, aderezado siempre con una pizca de pasión y algo de erotismo, entroncando con el lirismo literario francés y el romanticismo italiano, pero manteniendo el discurso amoroso hispanoamericano. El bolero es el ritmo del amor.

Armando Manzanero, este compositor auténtico y verdadero, cuya grandeza le trasciende en el tiempo, nace en Yucatán, en Mérida, y tal vez por su pasado indígena se acostumbra a observar la naturaleza, a escuchar su música y a interpretar su poesía, lo que le llevará años más tarde a ser el autor de las más hermosas declaraciones de amor: "Voy a apagar la luz para pensar en ti, y así dejar volar a la imaginación; te morderé los labios, me llenaré de ti…"; "Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú…"; "Contigo aprendí, a ver la luz del otro lado de la luna…"; "Mía, aunque tu vayas por otro camino, y que jamás nos ayude el destino, nunca te olvides sigues siendo mía…"; "Somos novios, pues los dos sentimos mutuo amor profundo…"; "Cuando estoy contigo, no sé que es más bello, si el color del cielo o el de tu cabello…"; Te extraño, como se extrañan las noches sin estrellas, como se extrañan las mañanas bellas, no estar contigo, por Dios que me hace daño; "Adoro, la calle en que nos vimos, la noche cuando nos conocimos, adoro las cosas que me dices, nuestros ratos felices, los adoro, vida mía".

Y siempre Armando, el sonido del piano y su voz… porque Manzanero sugiere suavemente, dice sus canciones de una manera íntima, tanto que cuando uno las oye piensa que fueron escritas para contar nuestra propia historia. Tal es el lirismo literario de sus letras y la riqueza melódica de su música que hay que calificar de legado universal, pues como bien ha dicho su autor: "El mejor idioma para el amor son las canciones", y ya se sabe que amar se amará siempre, por tanto Armando Manzanero existirá siempre.

Dicen de él sus biógrafos que es solidario, apasionado, enamorado, compasivo, romántico, creativo, cariñoso, respetuoso, vehemente, sencillo, obstinado, agradecido, amable, humanista, alegre, generoso, tenaz, curioso, detallista, sorprendente, exigente, ordenado, excelente cocinero, puntual, anfitrión atento, gran amigo, en resumen: un buen hombre… por ello su carrera está plagada de reconocimientos, el último el Grammy Latino a la Excelencia Musical 2010, cuya concesión justifica estas líneas, pero si se contaran los amigos y los miles de seguidores de este autor universal, probablemente no habría palabra adecuada para cuantificarlos.

Querido Armando: por tanto amor como has dado, déjame decirte que "esperaré que las manos me quieras tomar, que en tu recuerdo me quieras por siempre llevar, que mi presencia sea el mundo que quieras sentir y que un día no puedas sin mi amor vivir". Siempre tuya.