ALLÍ, a un lado del paisaje, solitaria y seductora, la montaña sagrada de los majos parecía escuchar embelesada el susurro de la brisa majorera. Un azul de intenso resplandor envolvía aquel preciso momento el bello escenario natural donde Tindaya, orgullosa, defendía su historia milenaria. Instantes después, y como por arte de magia, un montón de pequeñas nubes blancas acudieron presurosas hasta la diosa pétrea para, unidas, formar una corona perfecta y maravillosa en lo alto de su cima. Hasta el mar se arrodilló ese día bajo un sol de justicia para mirarla de frente; y le habló, le habló entre olas y suspiros de arena, como lo viene haciendo desde que la viera nacer de lo más profundo de sus entrañas. El cielo parecía entusiasmado con los cantos del alisio en la llanura seca, sí, pero a la vez llena de vida. Él también era testigo del momento y, por eso, la envolvió con un abrazo imaginario, como si con ello quisiera consolar a la montaña mágica en su incierto destino.

Le quieren vaciar el alma, dijo la brisa. Quieren dejarla sin su espíritu ancestral, comentó el mar. Mirando fijamente al horizonte con ojos de esperanza y convencida, Tindaya respondió serena: ¡yo solo quiero ser yo!

Tindaya era la montaña sagrada de los primeros pobladores de Fuerteventura, los majos. Dicho monumento natural se levanta lleno de magia sobre una llanura al noroeste de la isla, en el municipio de La Oliva para ser más concretos. Sus más de cuatrocientos metros de altura, así como su orientación, ubicación, mitos, leyendas, sus endemismos canarios y los propios de la isla majorera, la convierten en un símbolo cultural y, al mismo tiempo, en un refugio de vida. La montaña de las brujas, como se la conoce popularmente hablando, es Punto de Interés Geológico, Monumento Natural y Bien de Interés Cultural. En sus laderas y cima fueron descubiertos, en su momento, multitud de grabados con forma de pies o podomorfos. Tindaya, por sí misma, es un auténtico monumento natural digno de ser conservado para nuestras futuras generaciones.

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