LA MADRE de Isabelle Caro -la modelo francesa que se hizo famosa por una foto que sirvió como valla publicitaria contra la anorexia y que murió hace unos meses- se ha suicidado, poniendo el broche dramático a una historia terrible que deja al descubierto toda la crudeza de esa enfermedad tan propia de nuestro tiempo. Marie, que así se llamaba la progenitora, no pudo soportar el remordimiento por no haber impedido que su hija fuera hospitalizada contra su criterio y víctima, sin duda, del acoso mediático que se desató en todo ese asunto. La foto de Isabelle desnuda con un peso de 31 kilos, que parecía un espectro con solo piel y huesos, dio en su día la vuelta al mundo y fue una llamada de atención brutal sobre lo devastador de la enfermedad. Detrás de esa imagen impactante se intuía una historia de renuncias y también de sufrimiento no solo para ella, sino también para toda su familia. Una historia similar y seguramente igual de dramática a la que viven uno de cada cien adolescentes de países desarrollados, cuyo trastorno obsesivo puede conducirles a una muerte prematura.

Los datos hablan por sí solos: en la actualidad, la anorexia nerviosa afecta a una de cada cien jóvenes entre los 12 y los 14 años, la mayoría mujeres en una proporción de 10 a 1. "Yo tenía anorexia y después bulimia. Quería tener un cuerpo como el de las modelos. Me encantaba verlas lucirse en las pasarelas y delante de las cámaras y los fotógrafos. Empecé haciendo una dieta bajo control médico y luego todo se descontroló. Adelgacé mucho, pero nunca me veía lo suficientemente delgada. Comía y me provocaba vómitos. Empecé a tomar laxantes y al final no quería hacer nada. Solo dormir. Perdí varios cursos y ahora me encuentro un poco mejor, pero he estado al borde de la muerte". Este es uno de los muchos testimonios de una joven adolescente española que hemos leído en los periódicos. Es uno más, pero todos son idénticos. Jóvenes que quieren imitar a modelos y que convierten su objetivo en una obsesión tal que les lleva a la muerte, a la autodestrucción.

Es cierto que en este tema, como en tantos otros que afectan a nuestra juventud, todos tenemos parte de culpa, bien porque miramos hacia otro lado, bien porque no estamos educando en valores, minimizamos la importancia del esfuerzo y la excelencia y sobrevaloramos el aspecto físico en una sociedad cada día más consumista y exhibicionista. Pero aparte de entonar el "mea culpa". Si algunos de los sectores implicados en el asunto, como el de la moda y la publicidad, se siguen empeñando en presentarnos a mujeres escuálidas, esqueléticas y hacer de ellas iconos de belleza -ante nuestra indiferencia y pasividad-, no hay nada que hacer.

Es verdad que hace años se presentó en el Congreso una proposición de ley en la que pedía al Gobierno un plan global para prevenir y evitar la anorexia y la bulimia, que incluía, entre otras cuestiones, controles en materia de publicidad y en el tallaje de ropa. Se sugería la restricción de la venta de laxantes y diuréticos, la regulación de la publicidad de productos saciantes, la supresión de la imagen del peso ideal en la publicidad dirigida a adolescentes y evitar la presencia de modelos por debajo del peso medio. La iniciativa fue acertada y oportuna, pero, como en otras muchas cosas, o se hace la vista gorda o simplemente se incumple en muchos de sus aspectos. ¡Claro que tampoco se persiguen en Internet esas páginas que incitan a la anorexia sin control de ningún tipo! Quienes tenemos hijas adolescentes sabemos perfectamente cómo se incumple sistemáticamente el tema de las tallas y cómo, para nuestra desesperación, su modelo de belleza dista mucho del que debería tener una mujer sana y se consideran gordas si pasan de una talla 36 o 38. La maldición de la familia Caro empezó cuando a Isabelle a los 13 años su madre le dijo que 35 kilos era mucho peso y entró en una espiral obsesiva que, finalmente, ha llevado a la muerte a ambas. Ojalá que este caso sirviera al menos para decir "no" y despertar conciencias.