EN ESTA ciudad municipio, que es de todos los canarios, tenemos la inmensa suerte de haber contado, a lo largo de los siglos, con personas que, sin haber nacido aquí, han dado lo mejor de su tiempo a La Laguna, contribuyendo con su labor diaria a hacerla aún más grande. Y este es el caso, sin duda, de don Veremundo Morales Cruz, nacido en Icod de los Vinos, pero ciudadano lagunero de pleno derecho.

Don Veremundo ha sido, para La Laguna, muchas cosas. Maestro en Taco, donde dejó hondo y grato recuerdo en sus alumnos, fue llamado por el Obispado de Tenerife para dirigir la Escuela Preparatoria del Seminario Diocesano, al frente de la que permaneció durante dos décadas, hasta su jubilación en 1981, formando a muchos laguneros entre los que permanece vivo su recuerdo.

Aparte de su amplia actividad docente, su participación en la vida social de La Laguna ha sido intensa y continuada a lo largo de su vida. Tal vez influyera en él su primer contacto con las tertulias, siendo joven, en su Icod natal. O quizá fuera el germen sembrado por el poeta José Hernández Amador, primer presidente del centenario Ateneo, que fuera su maestro. Lo cierto es que don Veremundo siempre ha estado vinculado a la vida cultural lagunera, principalmente en el seno de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en la que ingresó en 1975.

Durante muchos años, formó parte de su Junta de Gobierno, en la que durante un largo periodo ha desempeñado el cargo de conservador, según detallan desde su seno, "con dedicación diaria y su habitual sentido de la responsabilidad", y elaborando "con minucioso detalle y gran paciencia" el inventario de los variados objetos que forman su valioso patrimonio.

Aquellos que han sido sus compañeros en la RSEAPT ponen, por encima de cualquier otra cosa, su bondadoso carácter y su permanente predisposición a desempeñar las tareas encomendadas por las que ha sido nombrado primero Miembro de Mérito y, en la actualidad, Miembro de Honor.

En la vida de don Veremundo caben muchas vidas. Fue maestro en la Villa de Mazo, casi veinte años. Y allí dejó muchos afectos entre sus alumnos, por su dedicación a la formación de los más jóvenes, sobre todo en los valores que son verdaderamente importantes. Y fue, también en Mazo, designado alcalde durante dos años, en los que pidió al gobernador y hasta al ministro que le dejaran volver a su actividad de enseñante. Tras las reiteradas negativas, solicitó traslado a La Laguna y sólo así pudo volver a retomar la que, sin duda, ha sido su mayor pasión. La villa palmera le concedió el título de Hijo Adoptivo por sus méritos docentes y como gestor, algo que, según ha confesado siempre, nunca habría soñado.

Pero más importante que todo ello es su talla humana, su bonhomía y el cariño con el que a él se refieren todos aquellos que lo conocen. Laguneros, canarios de muchas generaciones que lo acompañaron en el que ha sido, sin duda, el momento más duro de su vida ejemplar. Hace sólo unos días fallecía su esposa, Amparo Rochas, y la parroquia de La Concepción se llenó de amigos, de gente que quería -quiere- a esta pareja, puesto que los afectos no mueren nunca.

Es en este momento, difícil para don Veremundo, cuando queremos enviarle, en nombre de la Corporación, nuestras condolencias, pero, sobre todo, transmitirle un mensaje de ánimo y darle la enhorabuena porque puede sentirse orgulloso de los frutos de su trabajo. De que su vida, generosa y fructífera, nos sirva como ejemplo de entrega, de dedicación y de generosidad.

La Laguna