"Los animales también son humanos". Así decía recientemente un titular del prestigioso periódico alemán Die Zeit. En un artículo en defensa del vegetarianismo, la redactora Iris Radisch planteaba una pregunta revolucionaria: "¿Nos está permitido en realidad matar animales?", y la respuesta se encontraba en el mismo titular: "¡Acabemos con ello!", escrito sobre una fotografía donde se veían dos filetes sangrantes. Iris escribía: "La pregunta decisiva de si nos está permitido matar animales para comernos sus cadáveres la hemos contestado desde hace milenios. Tal vez no con la cabeza en base al intelecto, pero sí con los dientes, puesto que el devorador de animales se encuentra en la parte vencedora de la evolución y es el rey de la cadena alimenticia". ¿Pero cómo se comporta este rey en la cúspide de dicha cadena alimentaria? ¿Con una actitud de reyes? Francamente no, pues a sus súbditos, los animales, no solo se les cría de la manera más brutal, también se les caza, pesca, mata y devora. También se les quita la base del sustento de su vida, haciendo que la madre Tierra, que es la que regala vida, se colapse.

¿Pero es realmente tan difícil dar una respuesta en base al entendimiento o desde el corazón? Dios, el Eterno, dijo a través de Moisés de forma inequívoca: "¡No matarás!", y Jesús de Nazaret, del mismo modo incuestionable: "Lo que hagáis a la más pequeña de mis criaturas eso me hacéis a Mí", y los más pequeños son también los animales y las plantas. Éste es el mandamiento de la vida; no importa cómo se vea desde el punto de vista del hombre moderno, cuya actual maquinaria de matanza es menos visible pero más sangrienta que en el pasado. Iris Radisch cuestiona en su trabajo la autoridad que el hombre se ha adjudicado para disponer de la vida de los animales egoístamente para su único beneficio: "El hombre goza del derecho a la invulnerabilidad física. Sin embargo, el derecho que les concedemos a los animales consiste en que sean despedazados y extirpados por un perno de metal que les parte el cráneo, anestesiados o colgados cabeza abajo de un gancho, o pasados por un baño eléctrico. La desigualdad salta a la vista, a pesar de que los seres humanos, acostumbrados a criar animales para luego comérselos, lo ven todo muy normal. Pero ¿qué pasaría si simplemente nos hubiésemos equivocado y que lo que desde hace milenios se considera normal sea una monstruosa injusticia?".

Sí, esto es posible. Los motivos que aducimos y hacemos valer para justificar la flagrante desigualdad de derechos entre el hombre y el animal tienen realmente muy poco fundamento. Actuamos ante los animales movidos por la costumbre y sin conciencia real del dolor que causamos a otros seres que sienten el dolor y la alegría de la misma forma que nosotros.

Mª José Navarro

Senado: Torre de Babel

Hay que ver el espectáculo que nos dieron la otra tarde los senadores del Reino de España. En una auténtica Babel, que quiere decir "confusión", nos recordaban la vieja historia de la Humanidad, cuando nos dice la Biblia, en el capítulo XI del "Génesis", que vio el Señor la soberbia de aquel pueblo que quería hacer una torre que llegara al cielo y dijo: "Descendamos y confundamos allí mismo su lengua, de manera que el uno no entienda el habla del otro". Y así fue y tuvieron que desistir de edificar la torre. Tal parecía la Cámara Alta el martes por la tarde. Todos eran españoles, pero el uno no entendía lo que el otro hablaba y tuvieron que contratar una legión de traductores y dotar a sus señorías de unos artilugios, llamados "pinganillos", por los que podían oír la traducción oportuna. Una auténtica Babel de risa y de cachondeo. Era como una escena del ejército de Gila, con su sargento cabezón y todo, en el que el coronel-jefe del Regimiento fuera el mismísimo Cantinflas.

Eleuterio Alegría Mellado

(Sevilla)