Con esto de las autonomías, a veces los políticos se comportan como auténticos niños chicos caprichosos, buscando la forma de dar higazo a los demás, aunque tengan que inventarse para ello las teorías más peregrinas y estar buscando con lupa en los entresijos de la historia pequeñas diferencias que no tengan los demás.

No digamos nada si se trata de los llamados nacionalistas, que quieren delimitar su territorio y conformar un cuerpo de modos y comportamientos que ellos creen que comportan la esencia de su nacionalismo excluyente. Ideología de ave de corral que, en muchos casos, va teñida de egoísmos económicos e insolidarios, basada en la posición de una economía más desarrollada, pero que en otros no tiene explicación lógica alguna que no sea el puro medrar en una situación irreal y perjudicial para el pueblo.

Entre los recursos con que esta ideología trata de llenar su acervo cultural está la lengua. Todas las comunidades autónomas tienen ahora "lengua propia", aunque no sea nada más que un acento y una serie de palabras que con el tiempo se han ido usando más en ese territorio que en otras partes, pero que echas mano del diccionario de la RAE y son palabras castellanas de toda la vida; pero todo vale para distinguirlos de los otros y hacer una frontera que los separe.

Hay que ver la persecución que se está haciendo del castellano en algunas comunidades autónomas. Cómo se le quita el derecho de expresarse públicamente, mediante rótulos, carteles... penalizando a los que tienen la osadía de expresarse en una lengua que tiene los mismos derechos que la propia de la comunidad. Si nos damos un paseo por las islas del Archipiélago, notaremos que este argumento no vale; no hay uniformidad ni de acento ni de léxico; cada isla tiene su peculiaridad lingüística dentro de la madre común que es el castellano. Si comparamos a un herreño con un grancanario, encontraremos parecida diferencia de la que encontraremos si comparamos a un vallisoletano con un manchego. No se puede hacer política lingüística sin mani pular la realidad, pero los políticos están acostumbrados a todo con tal de conseguir sus objetivos.

Lo que menos podíamos esperar es que las lenguas, antiguos dialectos que se decía, se convirtieran en armas arrojadizas para crear fronteras entre los mismos pueblos de España. Las lenguas son patrimonio de los pueblos, modos de comunicarse y entenderse entre ellos, nunca barreras de separación ni motivo de luchas y rencillas.

Juan Rosales Jurado

El café como nueva moneda

Gran cantidad y empedernidos pesimistas acusan a nuestro actual gobierno de improvisar y gobernar a base de impulsos irreflexivos; nada más lejos de la realidad. Nuestros ministros y presidente de Gobierno, aunque no lo parezca, son grandes previsores del futuro, y viendo que el euro está en peligro ya han tomado medidas para la posible sustitución de la moneda única. No crean que se volvería a la peseta; en un gobierno de carácter eminentemente progresista eso sería impensable, pues representaría una regresión y lo primordial es progresar sea como sea. De este modo, han pensado cambiar el euro por una nueva moneda que sería "el café". Para hacer el cambio de euros a cafés se establecería el siguiente cambio irrevocable: un café, 1,30 euros. Con esta conversión, un sueldo medio de 1.500 euros pasaría a ser 1.153,846 cafés. Verán que aparecen cifras decimales, lo que representa cierta dificultad. Mas nuestros ministros, que todo lo tienen estudiado, han determinado que si se sobrepasa las quinientas milésimas de café, se cambiarían por un azucarillo; de no llegar a tal cifra, se consideraría despreciable y repercutiría en las arcas del Estado.

Resumiendo, que con azucarillo o sin él nos esperan muchos y muy amargos tragos.

Manuel Villena Lázaro