MUCHAS veces me he propuesto llevar siempre conmigo una cámara fotográfica porque de cualquier mata salta un conejo digno de ser inmortalizado en cualquier periódico. Sin embargo, como muchos son los propósitos y pocas las enmiendas, tampoco tenía a mano ese artilugio cuando el otro día surgió ante mis ojos una imagen digna de ser comentada. En un municipio tinerfeño que no es Santa Cruz ni La Laguna un coche, estacionado en parte sobre la acera y a la altura de un paso de peatones, entorpecía la marcha de los viandantes. Una señora que empujaba el cochecito de un niño tuvo que bajar a la calzada para bordear el obstáculo con riesgo para su integridad, pues quedaba peligrosamente expuesta al tráfico. En ese momento pasó un señor policía municipal en moto y siguió de largo como si todo aquel asunto no le incumbiese. Bien es verdad que tal vez acudía en ese momento a un asunto urgente no relacionado para nada con el desayuno a media mañana; un asunto tan urgente que no sólo le impedía detenerse para sancionar al conductor infractor, sino también para ayudar a la madre en arriesgada situación.

Sea como fuese, me pregunté cuál es el cometido de un muy respetable señor agente de la policía local de cualquier municipio si no es, con disculpas al lector por la reiteración verbal, poner orden en las vías públicas. No obstante, pensé que se trataba de un caso aislado; es decir, supuse que la mayoría de los policías locales -perdón, señores agentes de la Policía Local- cumplen con su deber en el sentido de no permitir que alguien incumpla la ley y se quede tan tranquilo. Craso error el mío. Lo descubrí ayer al leer en este mismo periódico una noticia sobre el conflicto de los "municipales" de La Laguna. Entrecomillo, temeroso, el término "municipales" porque quizá también me amenace UGT con denunciarme por injurias contra los agentes laguneros al no tratarlos con el debido respeto; algo que ya ha anunciado dicho sindicato que hará con el concejal encargado de la guindilla lagunera, dicho sea en lenguaje coloquial y sin ánimo de ofender. Dice un tal Bautista Yanes, sindicalista de UGT -desconozco si liberado o de los otros- que su organización "no va a permitir en ningún momento más que se le falte el respeto a los policías, que son los que dan la cara ante el ciudadano y los que nos llevamos los tortazos por la mala gestión de los políticos". Los pobres.

Hasta aquí incluso podía estar de acuerdo. No seré yo quien se ponga a defender a un político porque bien lo hacen ellos mismos. Lo que me sorprende es lo que viene a continuación. "Los policías han sido flexibles en estas fechas por la crisis existente", añade Yanes para justificar que los agentes de Aguere hayan multado últimamente por debajo, eso parece, de la media establecida. En definitiva, un agente de la autoridad -un policía, un guardia civil o cualquier miembro de un cuerpo de seguridad no es la autoridad, sino un agente de la autoridad- convertido nada menos que en juez decisor de quien debe ser castigado y quien perdonado. Al final va a ser cierto eso de que en este país al que le ponen una chaqueta con botones dorados se cree almirante de la Mar Océana y de Castilla.