DESPUÉS de un primer intento fallido, porque en la carretera de la Cuesta de la Villa no había ni una rendija para aparcar una bicicleta y el recinto no podía con más gente, por fin pude visitar el mirador de Humboldt, recientemente abierto al público, cuyas obras, iniciadas años atrás por el Cabildo Insular de Tenerife y terminadas también hace años, pasaron un rocambolesco ciclo. Primero, el recinto de ocio fue adjudicado a una empresa por la corporación municipal. Fue más tarde cerrado, ignoro las causas, pero si se vio obligado el Ayuntamiento de La Orotava a llevar a efecto esa determinación, por algo grave habrá sido y no por cumplir fielmente las condiciones del contrato.

Más tarde, el recinto quedó abandonado a su suerte, prácticamente sin función ni vigilancia, para que los vándalos orotavenses, junto a los procedentes de otros lugares de la isla, cometieran considerables destrozos en el inmueble, el cual, obviamente, tuvo que ser reparado por obras cuya cuantía no conozco pero intuyo, según el tiempo que se tardó en llevarlas a efecto, bastante importantes y costosas. En resumen, en el tiempo transcurrido desde que empezó a construirse el mirador y el día en que, recientemente, se abrió al público, dio tiempo a edificar hasta unas "torres gemelas" como las de Nueva York, que, como se recordará, se las cargó Al Qaeda con ese atentado que sorprendió al mundo entero.

Fui por primera vez al mirador recién restaurado y puesto en funcionamiento en la tarde del Día de Reyes. No estaba tan lleno como el día que intenté visitarlo, pero la totalidad de las mesas a las que servía el bar estaban ocupadas. Una empleada, que hacía algo así como de azafata, me invitó a visitar la planta baja que ocupa el piso inferior al de la terraza, pero por falta de tiempo tuve que aplazar la visita que pienso hacer próximamente cuando la novelería deje de incrementar la asistencia.

La impresión que produce la terraza del mirador no fue, para mí, de admiración, como esperaba, por la belleza artística, la originalidad y el buen gusto demostrado, que están ausentes. Pero no se puede decir que la terraza no cumple con la función que se espera de un lugar así. En un sitio de la baranda sobre el valle, está colocada la estatua de Von Humboldt cuando era joven, una buena escultura bien situada en el conjunto, puesto que mira al paisaje, que es el mismo que podía verse desde una pequeña explanada situada, dicen, sobre el punto en que el famoso naturalista alemán se arrodilló, dicen también, al quedarse admirado por la belleza del valle, con el Teide al fondo, en lo alto. Claro que, entonces, el Valle orotavense no estaba ocupado por las plataneras que lo llenan hoy, sino por flores de las más diversas y aquel aspecto florido tenía que admirar a cualquiera. Hoy, ya digo, el panorama tiene más plataneras que otra cosa, porque para los orotavenses y residentes de fuera, dueños de terrenos, es más importante el dinerito que se obtiene de la exportación de los plátanos que ir a contemplar el panorama florido, por muy bello que fuera, porque panoramas como éste había, y sigue habiendo en otros lugares de la isla.

Puntualizo, por otro lado, que desde el terreno llano citado del que siempre se ha contemplado la belleza del valle, ahora aparece neblinoso y ocultado mucho terreno por el dichoso cambio climático que, cuando Humboldt vino a Tenerife, aún no se había inventado, pero hoy, con los gases que emanan de los coches, las fábricas y hasta los fumadores, hacen un asco el paisaje. Menos mal que no existía el tal cambio cuando vino Humboldt, porque ni se hubiera arrodillado ni se hubiera construido el mirador.

En cuanto al servicio del bar, sólo un detalle que cito después de leer en una especie de libro breve con la relación de lo que se sirve en barra, mesas y su precio: aparece un texto firmado por el propio naturalista en el que dedica grandes elogios al Valle de La Orotava y en el que compara las bellezas de ese lugar con otras del continente americano desde Méjico para abajo. El texto está en castellano, probablemente traducido del alemán, porque no me consta que Humboldt hablara español, aunque puede que sí porque el naturalista era muy culto. En este escrito, Humboldt menciona su paso por países como Colombia, Brasil y otros en su comparación con el valle orotavense y se me ocurre que si al genio germano le dan un café que me sirvieron a mí en la terraza del mirador, probablemente o se queja allí mismo o añade en su texto: todo lo mismo "con la excepción del café", porque entre sus visitas a América estaban las efectuadas a Brasil y a Colombia, las tierras que dan el mejor café del mundo. Lo cito sólo por curiosidad no por culpar al servicio del bar de la terraza, del que no tengo queja.