CON FRECUENCIA podemos observar cómo hay personas que siempre hablan pero nunca escuchan. La palabra del prójimo no interesa, solo la suya. Por el contrario, saber escuchar paciente e inteligentemente es un arte e implica un gesto de gran sabiduría. Saber escuchar, además, es la mejor manera de colaborar con la felicidad de la persona que nos habla. Hoy llevamos la atención no a la voz de una persona, sino a la voz de Dios. La liturgia del domingo pasado nos ofrece la voz de Jesús, que dirige a Juan para que este lo bautizara. Jesús quiere obedecer para que así se cumpla toda justicia. ¿Qué justicia? La del siervo que quiere obedecer. El sentido del bautismo de Juan a Cristo era conducir a los hombres a la obediencia debida a Dios. Jesús, al ser bautizado, fue consagrado por el Espíritu Santo para una misión específica.

El bautismo es la elección de Dios hace del candidato para que se comprometa de determinada manera con el proceso histórico de su pueblo. Por eso, el bautismo cristiano es concebido como una tarea del Espíritu Santo, por medio del cual unge y consagra al bautizado para una misión específica, separa al hombre y lo elige para un determinado plan. De aquí que en el momento de ser bautizado se nos pone un nombre, una cédula de identidad que nos identifica como pertenecientes al pueblo de Dios como miembros adultos y responsables.

Cuánto debemos pensar en nuestro bautismo como un hecho primero que se debe desarrollar en toda nuestra vida, en toda nuestra existencia. La mayoría de nosotros hemos sido bautizados en los primeros días de nuestra vida. Después recibimos una instrucción religiosa mejor o peor asimilada. Quizás hemos construido nuestra fidelidad religiosa más sobre costumbres recibidas que sobre la elección lúcida y voluntaria que supone la fe.

La discusión sobre el bautismo cristiano no es un problema de edad del candidato, sino de madurez a la que el candidato es llamado, y debe ser ayudado por sus padrinos y sus padres en este sacramento. No basta bautizar a los niños; hace falta que los bautizados por el rito se vayan sintiendo elegidos y acepten libremente esa elección, dejándose guiar por el Espíritu, que los invita a una tarea no ciertamente fácil para los mismos bautizados, sus padrinos y sus padres.

A todos los que estamos bautizados con agua, según consta en nuestro certificado de bautismo, ahora nos queda lo más importante: dejarnos invadir por la fuerza del Espíritu. Si a los pastores los ángeles les llevaron el anuncio y a los Reyes Magos la estrella, ahora es la voz misma del Padre la que indica a los hombres quién es su Hijo. El Evangelio que escuchamos cada domingo no es otra cosa que el eco de esta voz que desciende de lo alto. San Pablo nos dice que "se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres". Por eso, el Evangelio es salvación para nosotros; es una gracia poderlo escuchar y seguir, tenerlo como amigo de la vida.

Sepamos recogernos en la oración y en la reflexión de esta Palabra de Dios. Es su voz; escuchémosla. Así descubriremos que todo ser humano, por iniciativa de Dios, está llamado a recorrer un determinado camino para realizar un destino que le está asignado. Y este destino personal está siempre al servicio de esta misión: glorificar a Dios y amar a los hermanos. Esto es vivir el bautismo cristiano durante toda nuestra existencia.

S. Juan de Dios