Ya han dicho algunos responsables del PSOE que la publicación de unas concretas encuestas preelectorales que ha venido efectuando determinado medio informativo en los últimos tiempos está lejos, por supuesto, no solo de satisfacerles, sino también que distan mucho de ser fiables. Eso, naturalmente, no se sabrá hasta que las elecciones se produzcan, e incluso entonces, nunca terminará de saberse si la coincidencia o discrepancia de los augurios con la realidad tuvieron o no que ver con los avisos previos que significaron tales encuestas. Pero tampoco está comprobado que la divulgación de esos datos sea un argumento necesariamente favorable o contrario para los socialistas: ¿les advierte del riesgo para reaccionar contra él, o arrastra a la derrota a quienes piensan que todo está ya perdido de antemano?

Lo cierto es que esos resultados de las encuestas son perfectamente discutibles. La portavoz socialista Elena Valenciano ya ha dicho que no se los cree, y, sin embargo, se ha apuntado a la necesidad de "trabajar duro" para evitar que lleguen a hacerse realidad "cuando toque", en mayo próximo. Evidentemente, el dato que insiste en que el PSOE perderá sus feudos autonómicos puede producir varias formas de conducta, entre los propios socialistas y entre sus adversarios: a los primeros, les puede crear desaliento, desánimo, enfado... A los populares, por el contrario, les habrá dado "un subidón", pero también puede producir una cierta euforia paralizante: "Ya está todo hecho. Nos dan el triunfo sin mover un dedo", "sin bajarse del autobús", como suele decirse. Y algo de eso también puede estarse produciendo: la oposición se ve beneficiaria de los desastres de la crisis, que sólo parece haber afrontado el Gobierno, y ante la cual los opositores solo han mantenido dos actitudes: la crítica y la pasividad de acción.

Por todo ello, parece conveniente que las encuestas electorales se tomen con mucha prudencia. Ni todo está ya ganado, de antemano, ni tampoco todo está perdido. Primero, porque faltan unos meses en los que las estrategias de los partidos es probable que se redefinan o reorienten. Es evidente que a los socialistas les vendría muy bien que empezaran a comprobarse los efectos de sus reformas y que empezaran a aparecer los brotes verdes de la reactivación de los negocios, del consumo, de la productividad y, sobre todo, de la reaparición de empleos y trabajos.

No es menos evidente que el PP tiene que empezar a cambiar su estrategia de los últimos tres años: ya no basta decir que los socialistas lo han hecho todo mal y han cometido toda suerte de errores, porque se echarán de menos los apoyos que el PSOE reclamó siempre del PP, cuando le invitaba a sumare a las reformas y a aplicarlas en sus propios ámbitos de decisión, como ya son muchas autonomías. La cumbre de los presidentes autonómicos fue, en ese sentido, muy aleccionadora: el PSOE propuso una serie de medidas, entre ellas recortes sustanciales del gasto de los gobiernos autonómicos que el PP se negó a asumir como parte de su estrategia de oposición frontal y total a todo lo que planteara el Gobierno socialista.

Se hubiera ganado bastante tiempo de haberse conseguido aquellos propósitos. Fue necesario que "los mercados" apretasen las tuercas y condicionaran esos ajustes que ahora empiezan a conseguir frutos, como un déficit que ya se encamina del nueve al seis por ciento con el que deberá terminar el nuevo año 2011. Tampoco es improbable que el PSOE recuerde en esta próxima campaña la actitud de Rajoy, culpabilizando siempre y del todo al Zapatero "causante de la crisis" y negándose a asumir que también en otros países había crisis y se adoptaban exactamente las mismas decisiones que tomaba el Gobierno de Zapatero...