OTRO AMIGO que deja este mundo de la Nochebuena hasta hoy, y van tres. En la mañana del lunes día 3 de enero del nuevo año falleció, al parecer repentinamente, porque había salido a dar un corto paseo con su esposa y se sintió, de pronto, afectado, el muy querido amigo de muchos años Julián Hernández. La noticia de su muerte me vino por un amigo de ambos que vive en Tenerife y que en estos momentos no he podido comunicarme aún con el número de su casa en la Valencia venezolana.

Julián era un tacorontero amante de su pueblo y de su Santísimo Cristo, al cual venía a visitar, en su santuario, todos los años en la fiesta mayor de Tacoronte, en honor del Crucificado. En el año último, Julián no pudo venir y, aunque intentó justificar la ausencia con otros pretextos, algunos amigos sospechamos que sus padecimientos se lo impedían, porque jamás había faltado a la cita con la venerada imagen a la que, con su afición de siempre por la pintura, Julián había plasmado muchas veces en sus lienzos, tomando parte, incluso con un cuadro de la imagen, en un concurso que convocó hace años la comisión de fiestas de la ciudad.

Hace poco tiempo mencioné al amigo en un artículo publicado en esta columna, en el que hice referencia a la gestión, como alcalde, de don Hermógenes Pérez, del que comenté su decisión de no presentarse para el mismo cargo en las próximas elecciones municipales. En ese escrito destaqué el quehacer de Julián tras ser elegido concejal del Ayuntamiento de Tacoronte por el Partido Socialista. Dije que el amigo, para poder incorporarse y llevar a cabo su trabajo en la corporación municipal de su pueblo, se había trasladado desde Venezuela para domiciliarse en la isla y permanecer en Tacoronte durante toda la legislatura, intención que no pudo terminar, pese a lo mucho que representaban sus mociones para Tacoronte, por haberse malogrado el empeño a causa de la falta de apoyo de la Alcaldía y de algunos grupos municipales. Julián dejó el ayuntamiento y regresó a Venezuela a seguir dedicado a sus actividades. Ahora, el muy querido amigo, tan entusiasta emprendedor por el progreso de su pueblo, se marcha de este mundo sin ver realizado su sueño de ver reconstruido el salvajemente demolido edificio del hotel Camacho, una de las señas de identidad tacoronteras, y de llevar adelante aquel plan de recuperación del productivo campo agrícola de Tacoronte para ponerlo en producción dando, a su vez, trabajo a tantos jóvenes y menos jóvenes de la rica comarca, entonces prácticamente abandonada.

En la muerte del entrañable e inolvidable amigo, mi más sentido pésame a su esposa, la también querida amiga Dolores Hurtado; a sus sobrinos, el catedrático de la Facultad de Farmacia de la Universidad de La Laguna Basilio Valladares Hernández; al arquitecto Julián Valladares Hernández, y a todos sus familiares, por los que tengo admiración y mucho afecto.