1.- Es la locura. La gente se echa a la calle, atropelladamente, compulsivamente, a comprar los últimos regalos, sin tener en cuenta que mañana, mañana mismo, todos los artículos costarán un 30% menos, como mínimo. Es el antiguo estado del bienestar llevado a la enésima potencia: una jauría rabiosa de ciudadanos toma las ciudades y los pueblos para hacer tabla rasa con los comercios grandes y pequeños. Vale todo. Se vende lo que se exhiba. El caos. Las mujeres llegan a las tiendas y espurruñan la ropa, dejando en ella manchas de grasa. Le siguen los niños, esas fieras destructoras, que adquieren de inmediato cualquier mal ejemplo de los mayores. La mayoría de las cosas que se venden y se compran no sirven para nada. Resultan caros hasta los televisores que los grandes centros de electrónica venderán mañana mismo con el 50% de descuento. Un año y otro año sucede igual: se los llevan por docenas, sin tener en cuenta los saldos de pasado mañana. Nos queda mucho de consumistas y de torpes a los canarios, acostumbrados a la pasada buena vida.

2.- Eso sí. Habrá menos humo. Agradezco muchísimo a los sociatas que me hayan hecho la merced de dictar esas normas antitabaco que consiguen que yo no vaya a todas partes oliendo a un humo que detesto. Estos serán unos Reyes sin humo y me declaro un entusiasta defensor de las medidas que llegan, por fin, a un país en el que casi todo el mundo fuma. Porque es terrible el número de fumadores irrespetuosos que no atienden a razones y que te matan poco a poco al mismo tiempo que se mueren ellos rápidamente. Un aplauso para los inspiradores de la ley antitabaquismo, o como se llame, y a disfrutar por los siglos de los siglos de un aire limpio. Un aire sin olor a la mierda del cigarrillo.

3.- En la noche de Reyes la gente circula por la calle atontada, sin rumbo fijo. Ven los transeúntes una tienda y se meten, a toquetear la mercancía, no sabiendo para qué, ni lo que van a comprar, ni para quién. Pero el caso es salir con un paquete en la mano. Noche consumista a más no poder. Noche de gallinas papanatas que adquieren lo innecesario, como en la época de oro. Sabiendo, coño, que mañana las cosas le costarán, incluso, la mitad. Yo me he comprado zapatos Polo en el Puerto de la Cruz a 35 euros, el día primero de año, cuando en las tiendas de por ahí están a cien euros. Eso sí es saber comprar. Lo demás es hacer el idiota.