Las leyes hay que cumplirlas. Incluida la ley que obliga a conducir un vehículo con la preceptiva licencia, independientemente de que quien lo hace sea un exaltado presentador de televisión o un anodino señor de no recuerdo dónde -ni falta que hace- que el otro día atropelló mortalmente a una mujer, en presencia de su hija de catorce años, cuando iba al volante de un coche sin tener carnet y después de dos condenas judiciales firmes por el mismo delito. Pero esa es la polémica local.

La polémica nacional a día de hoy (cuatro de enero para quien esto escribe, cinco para el lector que se digne a leerlo) no se sitúa ya en la llamada Ley antitabaco, sino en los brotes de rebeldía ante su cumplimiento. La nota, cómo no, la ha dado un bar de Sevilla que se negó a aplicarla, amén de un asador de Marbella que tampoco está por la labor. "En este bar sí se puede fumar", sentenció el encargado del local sevillano para zanjar una discusión entre clientes adictos al humo y no fumadores. La bravuconada, empero, duró poco. Al día siguiente el propietario aclaró que eso había sido sólo ayer. El hecho de que la sanción pueda llegar hasta los 600.000 euros en los casos más graves supone, eso parece, un motivo suficiente para encapuchar hasta al gallito más peleón. Sin embargo, sospecho que las disputas no acabarán aquí. Queda película para rato.

¿Fumar o no fumar? Mientras quien fume no moleste a quien le disgusta el humo... ¿Por qué no se habilitan unos bares, restaurantes y hasta hoteles sólo para fumadores y otros para no fumadores? Pregunta baladí: porque no serían rentables. Y si se trata sólo de respetar los derechos de los que no fuman, ¿por qué no se permite también el consumo de drogas, incluidas las duras, siempre que el colocado no se ponga luego a conducir un camión, pilotar un avión u operar a un tipo de apendicitis? De nuevo una pregunta superflua: porque las drogas arruinan la salud del yonqui y los países necesitan sociedades formadas por gente sana capaz de trabajar duro y pagar impuestos. Algo, eso también es obvio, fuera del alcance de un renqueante matita. Sobra añadir que el tabaco también enferma. Y el alcohol, aunque el alcohol y el tabaco devengan sustanciosos impuestos en una época caracterizada por los números rojos en la contabilidad del erario; al igual que en la caja de las empresas privadas, por supuesto. Por eso, aunque no únicamente por eso, conviene meditar antes de promulgar determinadas normas.

Asunto distinto es el debido cumplimiento de las leyes una vez aprobadas. Resulta nauseabundo que algunos sectores del PP estén utilizando el humo como arma contra un Gobierno que ya no necesita la puntilla pues está sobradamente listo para el arrastre. Si al PP, o cuando menos a una parte sustancial del PP, no le gusta la norma contra el tabaco, a partir de 2012 tienen por delante los populares cuatro años, como mínimo, para modificarla o derogarla íntegramente. Arengar a los infractores, en cambio, no sólo supone una actitud incívica sino también entrar en un juego peligroso para quienes antes o después tendrán que hacer cumplir las leyes, aunque sean éstas las emanadas de un Parlamento más afín a su ideario.