CADA época puede definirse también por la forma en que los pueblos y los hombres se enfrentan en lo militar, en lo económico y en lo social. Por la forma en que dirimen sus conflictos de intereses.

El primer viaje a la Luna de 1969 desató proféticas imaginaciones sobre una nueva era, la de las guerras en el espacio, simbolizadas como nunca en la mítica saga "Star Wars". Error.

El pasado año, cuatro décadas después, hemos sabido ya con más certeza que las batallas del futuro no se librarán en el espacio. Serán las guerras del ciberespacio, donde la metralla es sustituida por bits informáticos mucho más rápidos y de largo alcance.

No erradicarán las batallas convencionales ni los enfrentamientos callejeros, pero van a reducir drásticamente su necesidad o su importancia. Y esa es, en principio, una de las mejores noticias de los últimos tiempos desde el punto de vista humanitario. Pero estamos lejos de conocer sus últimas implicaciones.

Los dos hechos que han afianzado públicamente en 2010 las guerras del ciberespacio como protagonistas de los nuevos tiempos han sido el ataque masivo organizado directamente desde el gobierno chino a Google y a otras empresas norteamericanas y las últimas revelaciones de Wikileaks. Ambos hitos puntuales son el corolario más novelero y cinematográfico de otro fenómeno más profundo y más importante que ha tenido un desarrollo lento, pero exponencial, también en las redes telemáticas: la extraordinaria movilidad de los capitales (muy superior al creciente activismo ciudadano en la red). Si siempre el dinero fue un arma, ahora, convenientemente empaquetado en fondos y productos financieros, se convierte en el arma por antonomasia, capaz de doblegar la soberanía de los países endeudados (casi todos) como no lo hizo ningún gran invasor de la Historia. Y todo se desarrolla a través de las redes cibernéticas, nuevo campo de batalla en el que los hackers chinos, Wikileaks o hasta la cruzada contra la ley Sinde no son sino jugosas anécdotas.

Los dos fenómenos citados del año 2010 están en las antípodas. El primero es la represalia china a los intentos de Google de transparentar más la información política en el gigante asiático. El segundo es -simplificando- una esclarecedora reacción ciudadana y periodística ante la enorme distancia entre lo que históricamente el poder hace y lo que dice que hace. Una reacción que apenas ha logrado escarbar en el tráfico informativo diplomático, solo una de las múltiples cañerías del poder.

Siendo China la potencia nuclear más emergente, los viejos miedos de la Guerra Fría se trasladaron hacia Oriente, pero comenzaron a desvanecerse desde que se produjo la mayor paradoja del siglo XX: China apreció el hundimiento de la URSS, víctima del colapso económico al que le condujo una carrera militar desorbitada, y dio un giro paradójico y espectacular. Sería un país rabiosamente capitalista en lo económico (precios y salarios más bajos que nadie) y ferozmente comunista en lo político. Usaría lo que más le convenía de ambas barajas. Más que financiar revoluciones socialistas, invertiría directamente en pequeños y grandes países. De alguna forma, los compraría. Se visualizó claramente en la última entrega del Premio Nobel, cuando dieciocho Estados afines se sumaron con su ausencia al boicot al disidente chino Liu Xiaobo.

Ningún tratado antinuclear es tan eficaz como acción preventiva como lo es en este momento el globalizado sistema financiero internacional, con China a la cabeza como mayor prestamista, como el mayor banquero del sistema capitalista, con más de dos billones de dólares suscritos en deuda pública de los países occidentales. Algo insólito e inimaginable para cualquier alocado autor de política-ficción cuando cayó el Muro de Berlín. Nadie dispararía a sus ahorros y, por ello, a nadie se le ocurre levantar un escudo antimisiles frente a China, como el que continua armándose frente a Rusia.

El tejido de interrelaciones es muy denso y cualquier ataque a gran escala entre los grandes solo supone tirar piedras al propio tejado, ahora que el dinero no tiene patria, fronteras o cajas fuertes; convertido en apenas apuntes contables que pueden dar la vuelta al mundo varias veces en un día.

Y basta con que alguien "se salga de la fila" para que pueda ser azotado sin piedad por esos invisibles y eufemísticos "mercados", que cabalgan con más libertad que nunca a lomos de las redes telemáticas y son los auténticos mandarines de hoy.

Hoy, las guerras del ciberespacio, consecuencia lógica de unas redes telemáticas que "capilarizan" hasta el último rincón del mundo, han cambiado radicalmente no solo los modos y las formas, sino también los protagonistas, porque no son patrimonio exclusivo de los Estados o los imperios. Son menos sangrientas, por fortuna, pero potencialmente más eficaces en la eterna lucha por mantener o alcanzar la supremacía, el implacable deseo de cualquier jugador, bueno o malo.

daniel.cerdan@gmail.com