"¿Cuánto tiempo puede un hombre volver la cabeza y fingir exactamente lo que no ve?". Aunque parezca lo contrario, esta frase no salió de los labios de un Rajoy, de una Cospedal o de cualquier comentarista del momento político empeñado en convencer a los españoles de que, sin un cambio de mandatarios, les aguardan meses muy amargos; meses en los que van a cosechar todo lo que no han sembrado en los dos o tres años anteriores; es decir, meses de una nada económica casi absoluta. El caso es que esa frase, cien por cien aplicable a Rodríguez Zapatero, la dijo él mismo el 17 de diciembre de 2009 durante su intervención ante el plenario de la Cumbre sobre el clima que se celebraba en Copenhague. Un discurso el suyo famoso por otra sentencia igualmente lapidaria: "La Tierra no pertenece a nadie, sólo al viento". Acaso se refería al viento de las energías alternativas; esas que hoy por hoy no suponen, por desgracia, ninguna alternativa a los combustibles fósiles o a las centrales nucleares que producen en Francia, a unos pocos kilómetros de la frontera española, buena parte de la electricidad que se consume en este país, si bien ese es otro asunto.

A veces, como dijo Zapatero en Dinamarca, conviene volver la cabeza pero no para mirar hacia otro lado, sino para ver lo que ha ocurrido en un pasado no necesariamente lejano. Basta retroceder apenas unos meses, apenas un año y leer, por ejemplo, algunas noticias publicadas en diciembre de 2009 o enero de 2010. Entonces el presidente del Ejecutivo central y sus ministros vaticinaban que la recuperación estaba a la vista. Los brotes verdes. ¿Se acuerdan?

Yerran quienes culpan a Zapatero de que estemos desgobernados. Lo estamos, pero la responsabilidad no es suya sino de quien lo puso ahí. Aunque ha llovido bastante desde entonces, lo recuerdo como si fuera ayer. Era sábado -el sábado 13 de marzo de 2004- y ya había anochecido en Casablanca. Salí del hotel, crucé la calle y llamé a un amigo de Tenerife desde una cabina pública. Presuponía que la conversación sería larga y el teléfono público era más barato que el móvil. "Se acaba de producir un golpe de estado mediático", me dijo un amigo desde su casa. "Yo de esto sé bastante". Se refería a las informaciones que durante ese día -día de reflexión ante los comicios del domingo inminente-, e incluso durante el viernes anterior, habían estado emitiendo una emisora de radio y un canal de televisión que estos días pasados, ante lo inevitable, ha querido presumir de pluralismo. Quienes votaron aquel 14 de marzo, empero, no fueron los locutores de radio ni los editores de ciertos informativos de televisión; votaron los ciudadanos que tenían derecho a hacerlo y que materializaron tal derecho en los respectivos colegios electorales. Y que lo volvieron a hacer, con un resultado similar en cuanto a elección de candidatos, cuatro años después. Nadie más -ni nadie menos- es culpable de ese "desgobierno". Lo bueno, pues no existe mal que por bien no venga, es que durante los próximos meses la bofetada que va a recibir este país será tan sonora, que a muchos se les va a quitar de golpe la tontería. La tontería ideológica, claro.