LEO en un periódico la dramática situación de un matrimonio -48 años él, 51 ella- obligado a vivir con 160 euros al mes. Esa es la cantidad que les queda de los 426 que cobra la mujer, una vez descontado el alquiler de la casa de 40 metros cuadrados en la que viven y lo que pagan por el colegio de uno de sus hijos. Él ha perdido la prestación social que percibía tras dos años en el paro; su mujer también está desempleada. Pero no pierden el humor. En las horas previas a la nochebuena se las apañaban para cenar en su casa un frugal menú. Sería esa una de las pocas veces que se sientan a la mesa en su hogar. Durante los días de la semana acuden a un comedor municipal, afortunadamente junto al edificio en el que viven, donde los alimentan no sólo con comida sino también con mucho cariño.

Hasta aquí, lo habitual. Lo enervante es que en ese mismo periódico leo unas declaraciones de Arturo Mas. Bueno, en realidad este señor hace tiempo que dejó de llamarse Arturo para denominarse Artur. A fin de cuentas, siempre resulta más fino ser pollabobec que pollaboba, pero en eso no me meto. Lo esencial es que al señor Mas le parece catastrófica la posibilidad de que el PP obtenga mayoría absoluta en las próximas elecciones. "Dios no quiera que el PP saque mayoría absoluta", ha manifestado ante los micrófonos, para él siempre amables, de TV3. Por eso don Artur le pide al PSOE "una reacción" tendente a evitar que el zapaterismo siga perdiendo votos. Lo importante para el señor Mas no es que el matrimonio antes citado se quede en el cero absoluto de ingresos a partir de febrero -como posiblemente le ocurrirá a miles de familias-, ni que la cifra de parados supere los cinco millones, ni que las quiebras empresariales se multipliquen en los próximos meses, ni que el país termine de hundirse en la profunda miseria económica y social. Lo que le importa a don Arturo sin la o es que siga en el poder un Zapatero débil y obligado a comprar con cargo al erario -o con aguas saladas pero sin gas- los apoyos que necesita de los nacionalismos periféricos. El hambre del pueblo puede esperar.

Nada nuevo bajo el sol. La ciudad inglesa de York presume de tener la catedral medieval más grande de la Europa septentrional. "Ut rosa flos florum sic est domus ista domorum", dice una inscripción en latín a la entrada de la soberbia Chapter House. "Así como la rosa es la flor entre las flores, esta es la casa entre las casas", sería su traducción más o menos literal. Una magnífica obra del arte gótico visitada cada año por más de un millón de personas cuya construcción, como cabe suponer, supuso en su día un esclavizante esfuerzo para los habitantes de Yorkshire. El obispo Walter Grey, iniciador de las obras en 1220, destinó a su ambicioso proyecto el dinero recolectado para ayudar a los pobres. "Algunos de nuestros mendigos deberán sufrir hambre para mayor gloria de Dios", les dijo a sus colaboradores.

Lo que está ocurriendo en la España de las autonomías, para mayor gloria de Arturo Mas y otros que hoy no quiero nombrar, es la infamia de las infamias. Lo malo es que todos ellos, al igual que el obispo Grey, son conscientes de la fechoría que están cometiendo. Pero eso es sólo lo malo; lo peor es que el pueblo no se eche a la calle sin esperar a las elecciones de 2012.