ALGUIEN ha dicho que el Gobierno de Zapatero, mediante ese ministro sibilino llamado Rubalcaba que presume de saberlo todo de todo el mundo, ha colgado a los controladores aéreos ante las iras del populacho como se cuelga del cuello a un haragán de trapo en las ferias de los pueblos baratos: para que la gente descargue sobre él su ira a palos y luego, doloridos los brazos de tanto blandir el garrote, le prendan fuego. De esta forma, y gracias a los controladores, el Gobierno más fracasado de la historia democrática de España ha conseguido que el pueblo, y no sólo el pueblo sino también los periodistas y hasta los políticos, se olviden durante un par de días del auténtico problema patrio: una recuperación económica que no termina de arrancar y un paro que no deja de crecer.

Cualquier opinión, incluso esta, tiene derecho a ser expuesta por quien la sostiene. Tan respetable es como lo dicho el domingo por Daniel Zamit, portavoz del sindicato de controladores: "Ya estamos acostumbrados a que el Gobierno nos dicte decretos en fechas clave". Posiblemente sí, aunque me invade la sensación de que eso mismo les ocurre a los usuarios de los aeropuertos, bastante acostumbrados a que no sólo los controladores, sino también los pilotos y hasta los que recogen las maletas para tirarlas de mala manera en la bodega del avión se pongan reivindicativos, digámoslo así, en fechas de gran afluencia de pasajeros. Es decir, cuando más daño pueden hacer.

Añade el señor Zamit que ya no les queda ningún derecho laboral. Opinión igualmente respetable, claro, aunque con matices. Cada controlador le cuesta a AENA por término medio, sólo en salario, 200.000 euros anuales. En Francia ese coste es de 111.594 euros, en Alemania de 158.125, en Italia 142.057 y en Gran Bretaña 121.795. Sobra decir que el nivel de vida de cualquiera de esos países es superior al de España con lo cual los salarios, de forma generalizada, también son más elevados. Cabe pensar, no obstante, que a mayores emolumentos, también mayor productividad. Nada más lejos de la realidad. El rendimiento de los profesionales españoles del control aéreo sólo llega al 60 por ciento de los alemanes y al 58 por ciento de los ingleses y portugueses. ¿Existe alguien con dos gramos de sentido común capaz de justificar a este privilegiado grupo laboral, además de ellos mismos? Pues sí; verbigracia un individuo que me afea, vía correo-e, un artículo de crítica a los controladores, al tiempo que me sugiere que no lo tome por idiota.

Lo dicho: un país de chorizos y, además, de imbéciles. Porque sin tanta memez colectiva, los estafadores del statu quo lo tendrían bastante más difícil. El asunto de los controladores, con toda su gravedad, no es un caso aislado en el sentido de que estos profesionales no son los únicos capaces de paralizar el país. Y no sigo porque no hay necesidad de dar ideas, si bien quienes pueden ocasionar un caos similar no necesitan que nadie les dé ideas.

Escribía el domingo que ojalá esto sirviese para cambiar unas situaciones que nos mantienen al margen de los países competitivos. Resulta evidente que no. Al final, tenga uno la edad que tenga, aquí no hay nada que hacer salvo la maleta.

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