CON LA QUE ESTÁ cayendo, donde la mayoría de los españoles estamos preocupados por cómo vamos a terminar el día -mañana Dios dirá-, si tendremos para comer hoy o terminaremos formando parte de las miles de personas que acuden a los comedores sociales, si seguiremos con el trabajo -el que lo tenga-, si continuaremos recibiendo el subsidio de paro -el que posea la suerte de seguir cobrándolo-, si podremos seguir haciendo frente al pago de la hipoteca o del alquiler de la casa o si, por el contrario, terminaremos viviendo dentro del coche o debajo de un puente, otras miles de personas que, bien por motivos laborales, de vacaciones o por pura necesidad, se han visto secuestradas, agraviadas, vilipendiadas, tiradas, ninguneadas, chantajeadas, rehenes de unos controladores aéreos descontrolados por un gobierno inepto que intenta arreglar los problemas una vez sucedidos; en definitiva, con la que está cayendo, qué necesidad tenemos los ciudadanos de plantearnos ahora cuestiones relacionadas con la dignidad y la muerte.

Hasta ahora, estábamos acostumbrados a ver por la televisión o enterarnos por la prensa de cómo eran otros los tristes protagonistas de la irresponsabilidad y los desaciertos de la incompetencia de algunos políticos, que dirigían -y aún dirigen, que es lo peor-, con unas envidiables prerrogativas y unas más que excelentes remuneraciones, nuestras vidas y haciendas. Pero, de pronto, como en un sueño desalentador, la realidad de tanto desafuero ha estallado como una diabólica burbuja que ha terminado salpicándonos de forma violenta e incontrolada a una mayoría de la sociedad.

Ahora, somos nosotros los protagonistas de una historia en la que nos encontramos extraños y como desubicados; entre otras razones, porque nadie nos había dado siquiera la posibilidad de leer el guión. El verdadero problema surge cuando el director de escena, y no digamos ya el apuntador, están más pendientes de la escenografía y de las luces que de lo que realmente se vive y se dice sobre el escenario. Encima, quieren, pretenden, que "vivamos la obra" con verdadero desvelo y frenesí. ¡Qué lástima que no se pueda cambiar al director hasta que no acabe la obra, o que éste se dé cuenta de su ineptitud para dirigir la farsa y se marche definitivamente a su casa!

Ahora, en cambio, vienen los lamentos; ahora, cuando hemos abandonado por el camino la honorabilidad, la sensatez, la justicia, la verdad, la ética...; ahora que hemos arrinconado la dignidad y nos hemos aferrado a la desesperanza como único medio para no terminar llorando por las esquinas; ahora, cuando peor estamos, y cuando, al menos, algunos nos hemos dado cuenta de que esto no puede continuar así, es cuando, de pronto, el guión nos reconduce a revivir un pasado que creíamos superado, en vez de afrontar con serenidad y arrojo el final de este triste y desafortunado drama.

Encima, y para más inri, quieren que recitemos con convicción y ensalcemos con alegría la dignidad de la muerte, olvidándose, quizás el apuntador, seguramente el director, de que la verdadera dignidad está en cómo se vive la vida o, en este caso, en cómo nos dejan vivirla. La muerte es sólo un paso, un acto que nos encadena a lo inevitable, pero no por ello es necesario, además, ordenarlo, intervenirlo, etiquetarlo...; bastante tenemos con que nos intervengan y dirijan nuestra vida como para que, encima, nos quieran también manosear y dirigir nuestra propia muerte.

Más les valdría preocuparse de la vida antes de ver la luz, y de poner los elementos necesarios para que esa vida, posteriormente, se desarrolle con cierta dignidad y orgullo. Más les valdría entender que hacer política es servir, que no servirse de la sociedad. Más les valdría dejar a un lado la ideología, al menos en estos tiempos difíciles, en donde se ha demostrado con espeluznante claridad que sólo les ha servido para expandir rencor, desconfianza, paro y atraso social; y aferrarse un poco más al pragmatismo de lo inmediato, de donde puedan extraer medidas que valgan para unir y responsabilizar a unos ciudadanos que arden en deseos de vivir con dignidad una vida en la que se prioricen la familia, el trabajo y unos determinados valores que sirvan para una convivencia más justa, equitativa y libre.

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