1.- No sé si ustedes llegaron a conocer dos tiendas en Nueva York que eran algo así como emblemáticas para los españoles que íbamos allí en las décadas de los setenta y ochenta. Si les digo la verdad, ha pasado mucho tiempo y la memoria empieza a hacer conmigo juegos malabares, así que no recuerdo bien en qué calles estaban situadas, aunque una de esas tiendas añadía precisamente a su nombre el número de la vía. ¿48, 56? No recuerdo. Las tiendas eran Todo y Ferrer. Las dos cerraron como "general stores" pequeñitos, pero Ferrer se convirtió más tarde en un comercio de imágenes religiosas, que no sé si aún existe. Las primeras imitaciones de Rolex y Cartier, de buena calidad, chamarras deportivas de las más diversas procedencias, los famosos zapatos Sebago, que calzaban todos los pilotos de líneas aéreas y cuyo uso es ahora mundial, raquetas de tenis, palos de golf, todo eso y muchas cosas más podían comprarse en los referidos comercios. Fue la gente de Iberia la que los dio a conocer y los tripulantes de aquellos 747 de la compañía española de bandera se convirtieron pronto en los mejores clientes de Todo y de Ferrer, cuyos propietarios eran, naturalmente, españoles que residían en Nueva York. Se hicieron de oro. Una vez, con gran pena, pasé por el local que ocupaba Todo y lo encontré vacío. Habían cerrado de la noche a la mañana. Y, como ya les he comentado, el dueño de Ferrer reconvirtió su negocio en tienda de imágenes religiosas; y creo que le fue bien, aunque ignoro si continúa este comercio abierto al público.

2.- ¿Y por qué cerraron o cambiaron de actividad? Yo supongo que por la competencia irresistible del Barrio Chino. Los chinos lo imitan todo a la perfección y hay en Nueva York un mercado fabuloso de falsificaciones de bolsos, relojes y complementos de las mejores marcas del mundo. En los últimos tiempos, y debido a pleitos y denuncias interpuestos por estas marcas, la policía de la ciudad ha incrementado la presión sobre los comerciantes asiáticos de China Town. La calle Canal ya no es lo que era, pero, atención, que sólo aparentemente. Ahora los vendedores te abordan en plena acera y hasta pueden meterte casi a trompicones en una furgoneta y venderte los bolsos dentro de ella, conducirte a un garaje inmenso donde hay un fuerte stock de imitaciones o llevarte a un lejano barrio, transporte pagado, para mostrarte la mercancía más variada que puedas imaginar. Luego, sin contratiempos, te devuelven a Canal St., sano y salvo. Al principio a mí me daba mosca, pero las últimas veces que he estado en Nueva York lo pasé muy bien en esos garajes comprando imitaciones excelentes.

3.- Sin embargo, recuerdo con cariño a Todo y a Ferrer. Yo creo que la última vez que estuve en Todo me acompañaba mi amigo que en paz descanse, eximio poeta y mejor persona. Salvador salía de allí cargado de encargos. Me acuerdo también de Rosina, una azafata de Aviaco, amiga mía, que fue quien me habló primero de esas tiendas y que me trajo los primeros relojes made in China imitando a las grandes marcas europeas. Nueva York, ya lo saben ustedes, es una caja de sorpresas inmensa. La maldita crisis me impide moverme como me movía antes, pero cada vez tengo más ganas de volver porque hace dos años que no estoy allí. Antañazo, las compañías aéreas organizaban unos estupendos viajes profesionales en los que te atendían a cuerpo de rey. Yo visité por primera vez el MOMA (luego he vuelto muchas veces), de la mano de Iberia, nada más y nada menos que para despedir el Guernica antes de su viaje a España. Luego me volví a extasiar ante la obra maestra de Picasso en el Casón del Buen Retiro madrileño, aunque no lo he visto en el Reina Sofía. Curiosamente, hace dos años celebraba el MOMA una exposición de otro gran pintor español, Salvador Dalí; fotos, dibujos, pinturas, películas inéditas hasta aquel momento sobre su vida. Fantástica. Tuve la suerte de poder estar allí. Nueva York es mucho. Recuerdo que una vez compré un cuadro en el Soho, que consistía en dos tablas, restos de un naufragio, pegadas a una tela de saco y pintadas de azul y verde. Ahora me dicen que es una obra de arte. Menos mal que en una de mis arrancadas no tiré el extraño cuadro a la basura.

achaves@radioranilla.com