Entre los factores de riesgo que pueden lograr afectar a la salud, internacionalmente se reconocen desde hace décadas las circunstancias ambientales y psicosociales. Los cambios de horario se sitúan, en este contexto, entre los agentes externos capaces de provocar reacciones diversas de carácter positivo, pero también negativo, sobre la salud de cualquier individuo, así como en los comportamientos de los grupos humanos. No son sólo factores culturales o modas de nuevo cuño. En Canarias, por ejemplo, de forma añadida, contamos con microclimas de variaciones objetivas relevantes en temperatura y condiciones atmosféricas, en espacios relativamente reducidos geográficamente, que repercuten de forma sistemática y reconocida sobre determinados grupos poblacionales afectando a la salud y utilización de los recursos asistenciales: alergias, diabetes, cardiovasculares, hipertensión, entre otras. Estos vaivenes oscilatorios internos que provocan los factores ambientales, en el caso de la intensidad y cantidad de luz, la presión atmosférica, variaciones en temperatura, condiciones de humedad y/o aire, afectan a los ritmos circadianos individuales, provocando trastornos que se reflejan en síntomas como cansancio, desgana, apatía, perdidas de concentración, y en comportamientos grupales como son el aumento en el consumo de tabaco, cafeína, chocolate y productos con abundancia en hidratos de carbono. Los seres humanos toleramos de manera desigual estas alteraciones en la ritmicidad diaria. Sin embargo, el interés por la relevancia sanitaria de los cambios de horario podría centrarse de forma no exclusiva o circunstancial en el adelanto horario invernal, o en el retroceso estival. Los cambios de turno laboral, los aumentos del periodo temporal del trabajador, principalmente en periodos y épocas históricas que obligan a aceptar condiciones de trabajo y de vida particulares, y sin otra opción mejor, afectan también a nuestra salud, como disparadores y precipitadores eficaces de malestar y desajustes orgánicos, actuales y posteriores. Estos elementos de riesgo general para la salud, pueden alcanzar el carácter de peligro psicofisiológico inminente y real, en determinados pacientes con otras afectaciones previas. Por eso es tan importante, que la población avance en el conocimiento de las repercusiones psíquicas y fisiológicas que, pequeños acontecimientos - en apariencia -, pueden llegar a generar sobre la calidad de vida, y las repercusiones sobre otros aspectos de la salud actual, y posterior. Aprendamos, por ello, a conocer los indicadores que refleja nuestro organismo, para poder gestionarlos, con equilibrio y mayor eficacia. Sin necesidad de saturar los centros asistenciales, ni aumentar el consumo desproporcionado de fármacos, podemos ejercer el autocuidado y la gestión eficiente de nuestras condiciones vitales necesarias principales, aprovechando los espacios costeros o de montaña que aún dejaron en Canarias, para ayudar al organismo a recuperarse de los desajustes impuestos por las exigencias de un estilo de vida contemporáneo, al que nos adaptamos, para sobrevivir de la mejor forma posible, y no siempre suficientemente ni bien informados. Doctor en Psicología Clínica