LLEVARÍA yo quince minutos escribiendo mi artículo de los sábados cuando me vi obligado a dejarlo. Mi trabajo era una diatriba contra Santa Cruz. Quiero decir contra determinados políticos santacruceros. No es lo mismo atacar a Santa Cruz que a sus políticos. Aunque, si les digo la verdad, no veo yo muy clara la línea de separación. Ocurrió que mi simpático sobrino, siempre tan oportuno, me interrumpió asombrado.

-Pero, tío ¿por qué escribes eso sin venir a cuento. Te estás contradiciendo porque otras veces has alabado a Santa Cruz.

-Óyeme bien, Lolo. No olvides que aún te falta un año para ingresar en la universidad, aunque sé que ya te paseas por sus pasillos. Dentro de poco, entenderás mejor esto de las contradicciones.

-Hablas ahí de ayuntamientos grandes y ayuntamientos chicos. Pero en los veinte renglones que llevas escritos…

-Mira, sobrino; yo no tengo nada contra la capital en sí. Primero porque es MI capital. Y luego porque, como ciudad, me gusta mucho Santa Cruz.

-¿Entonces?

-Tampoco estoy en contra de que Santa Cruz trate de ascender, de subir escalones de tres en tres. Quiero que nuestra capital progrese en todos los órdenes.

-No te enrolles como siempre. Esto en ti es como una enfermedad.

-Lo que me molesta, lo que me duele, lo que me exaspera es que una localidad, la que sea, pretenda conseguir todas sus metas atropellando a las demás. Y Santa Cruz pretende tener, por ejemplo, marmolina en tres playas que va a recobrar (San Antonio, Balneario, Valleseco), después de arrasar medio puerto de Santa Cruz y llevándose por delante a no sé cuántos ayuntamientos pequeños, que ninguna culpa tienen de los sueños de grandeza capitalinos. Unos señores que quieren, además, otro auditorio al aire libre (no sé si de Calatrava, como el anterior), un salsódromo, una grada curva para veinte mil espectadores, unos carnavales en verano y no sé cuántas cosas más. A mí, particularmente, no me molesta que se traiga marmolina desde Carrara ni que la llamen arena blanca. Pero que dejen en paz a los ayuntamientos porque no está bien adornarse con plumas ajenas.

-Déjame hablar un momento, tío. Hace cosa de un mes me recomendaste la lectura de "El camino", de Miguel Delibes. Cuando saqué el libro de tu biblioteca, encontré dentro, cuidadosamente doblados, dos poemas dedicados a Santa Cruz. Uno fue publicado en "La Tarde" en l927 y lo firmaba un señor desconocido que se llamaba don Matías Real…

-Fue un gran poeta del pasado siglo y…

-El otro poema es tuyo. Y como tiene de fecha el año 2005, pienso si te habrás copìado por el de don Matías. El tema es el mismo.

-No seas impertinente, Lolo. Odio el plagio.

-Bueno, toma los dos poemas y ya verás lo que haces.

Lolo se va, me quedo muy tranquilo, leo los dos poemas y les envío el mío únicamente, por falta de espacio para acompañar el de don Matías, aunque ya lo haré. Lean, si les place y ya me dirán.

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"Santa Cruz marinera, ciudad cosmopolita,/ villa de fina estirpe y aspecto señorial:/ saludo complacido tus páginas de historia/ y la noble apertura que ofreces junto al mar./ Aún mantienes la mente despejada y dispuesta/ a escuchar otros himnos; pero sin abjurar/ de las propias ideas, del origen honroso,/ de la fe primitiva y de tu propio afán./ Loor a personajes de etapas fenecidas,/cuando osados marinos de brillante historial/ pretendieron herirte, y encontraron a cambio/ tu bizarra prestancia, tu bravura ejemplar./ Santa Cruz, yo te admiro por tus galas de siempre /ajenas por completo a hueca vanidad./ Por tu esfuerzo de siglos, hoy dejo aquí grabado/ el sentido homenaje de mi humilde cantar".

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Ya sé, amigo lector, que en mi poema se observa un modo de decir un tanto anticuado, no sé si parnasiano, con cesuras y hemistiquios que ya no se usan. No fue escrito en 2005, como dice Lolo, sino mucho antes. Pero ahí está. No reniego de él porque así nació en su día. Pero quede bien claro que si, a partir de ahora, me viera obligado a decir que Santa Cruz y sus rectores son implacables egoístas, lo diré. Espero, de todos modos, que no sea necesario. Se hace precisa la comprensión antes que el deseo de avasallar.