ME SUGIERE un estimado lector que no cuente cosas malas del Puerto de la Cruz porque ya es hora de adoptar una actitud positiva sobre esta ciudad. Propone que resaltemos los encantos de esta ciudad y su entorno. De forma especial, culpa este lector del declive portuense a ciertos empresarios que, teniendo importantes cargos, aparecen continuamente en los medios audiovisuales con opiniones negativas.

Ante todo le agradezco a esta persona -a la que siempre he apreciado- la deferencia de comentar un artículo mío y la corrección con que lo hace. Al menos no dice que me creo el novio en todas las bodas, el niño en todos los bautizos y el muerto de todos los entierros, como sí hace otro señor al que le contestaré, asimismo de forma pública, porque el tema que trata -descalificaciones personales aparte- también es de interés general.

Ojalá, y lo digo de todo corazón, la situación turística del Puerto de la Cruz mejorase por que yo o cualquiera fuese optimista a la hora de escribir. De funcionar ese ardid, sólo escribiría maravillas de mi pueblo. Bueno, suponiendo que todavía sea mi pueblo; es decir, suponiendo que quienes reparten certificados de canariedad no hagan que me cambien la partida de nacimiento. En cualquier caso, supongo que conozco bien el entorno en el que crecí para esbozar el problema. Un problema que no radica, lo repito, en hablar bien o mal de esa localidad. Si alguien quiere saber cómo está la situación en la otrora principal ciudad turística del Archipiélago, lo remito al anuncio publicado ayer jueves en este mismo periódico por una conocida cadena hotelera: alojamiento en establecimientos de cuatro y cinco estrellas a partir de 25 ó 30 euros, desayuno incluido. Esa es la situación; la pregunta es por qué.

Hace un par de semanas me comentaba Domingo Medina, un político de izquierdas pero no sectario, cómo es posible que sigan viniendo cinco millones de turistas a Tenerife y diez a toda Canarias, si los campos, las ciudades y el entorno europeo en general es una maravilla en comparación con el grado de deterioro que presentan muchas zonas de esta Isla. Por el clima, le dije. Las campiñas de Alemania, Austria, Francia, Holanda y hasta los Países Bajos son espléndidas en julio y agosto, un poco molestas en septiembre e insoportables al aire libre a partir de octubre. Y cuando llega enero, cualquier alemán, francés y hasta inglés paga lo que no tiene por dos semanas de sol. De eso vivimos actualmente; del paisaje, ya no. Y de la contemplación de esas casas en forma de cajas de zapatos -puro estilo velillo- que cualquiera ha construido por doquier en el Norte de Tenerife, tampoco. El Sur de la Isla, salvando las masificaciones de Playa de las Américas y aledaños, está mejor conservado. Por si fuera poco, el Sur tiene más garantías de que durante esas dos semanas de sol -ahora escasamente semana y media, pues el guiri que viene tampoco tiene dinero para más tiempo- el cielo estará azul y despejado. Vista así, la batalla tiene un claro ganador y un indiscutible perdedor. Nada más.

O sí; algo más. Apenas unas líneas más para preguntarme igualmente cómo es posible que no se construya un puerto con el sostenible fin de salvaguardar cuatro hierbajos submarinos, pero al mismo tiempo se hayan machacado impunemente las medianías con tantas viviendas construidas sin orden ni concierto. ¿Dónde están los ecologistas en este caso?