1.- La vida diaria de un periodista, al menos de un periodista de mi edad, en épocas pretéritas, estaba condicionada por el vale. Sencillamente, en esta profesión de robaperas nunca nos llegó el sueldo hasta final de mes. Vivíamos extrañamente bien, pero teníamos que convivir con el adelanto, que quedaba al criterio de los administradores de las empresas a la que pertenecíamos. Yo llegué a pedir vales hasta en Televisión Española, donde trabajé de cronista deportivo; y no me hicieron nunca fijo porque perdí el carné en el que AutránArias-Salgado me reconocía la categoría de redactor. Pero mi época más feliz de vales fue en La Tarde de don VíctorZurita. Cogía un trozo de papel prensa y apuntaba: "quinientas". Sólo esa palabra. Le pasaba el papel a Inocencio, que era el cajero, y éste me entregaba las quinientas pesetas. Al final de mes -se pagaba en efectivo-, Inocencio me daba la tonga de vales y lo poco que quedaba de las siete mil pesetas mensuales que ganaba, en dinero. Era el año 1970.

2.- Leyendo las Memorias de González-Ruano, a él le ocurría lo mismo. Cuenta la anécdota de cierto administrador de El Liberal, llamado AntonioSacristán, que era sordo -según para qué-. Cuando la petición del redactor sablista era exagerada, fingía no escucharla; cuando era moderada, aceptaba el vale y entregaba las cincuenta pesetas. El vale es consustancial con este trabajo, sobre todo en las épocas de penurias de la prensa, que han sido casi todas. Elegimos una profesión difícil de llevar, pero la queremos tanto que somos incapaces de despegarnos de ella. Es la gran servidumbre del cronista. Por eso admiro a tantos que han podido echarse fuera y ganar dinero al margen del periodismo. Porque, además, a nosotros siempre se nos mira bajo sospecha.

3.- Relata González-Ruano otra anécdota, debida al gran periodista VargasVila. Éste le decía a Ruano: "¿Tiene usted una leyenda?". "No, creo que no". "Pues cuide mucho de tener una leyenda. Si no tiene difamadores, haga por tenerlos. Si no tiene usted una leyenda monstruosa, horrible, no será nunca nada. Ya sabe usted ser audaz, hacer elogios crueles y meterse con los maestros. Ahora procure usted que le difamen. ¡No hay tiempo que perder!". Hasta tal punto somos masoquistas los periodistas que tenemos que crearnos leyendas horribles para que nos respeten. Es como un sino: permanecemos tanto tiempo de nuestras vidas en el ojo del huracán que necesitamos provocar esos huracanes para mantenernos. Porque, en el fondo, no sabemos hacer otra cosa que sobrevivir.