"NO CREO que haya asuntos educativos exclusivos de la familia", declaraba el ministro Gabilondo a los medios de comunicación, a mediados del mes pasado. Manifestación que, como otros estudiosos del tema, no comparto. Y que me hace pensar si este señor en realidad sabe lo que es un niño o si es padre y tiene hijos. En ese caso es posible que se haya olvidado, con tanta elucubración metafísica y actividad política.

Tengo mis dudas sobre si el profesor Gabilondo ha leído Hª de la Pedagogía; aunque siempre se tropieza de refilón con ella al estudiar la Hª de la Filosofía, ya que el ministro también es profesor de Filosofía -"la historia es testigo de los tiempos, luz verdadera y maestra de la vida", decía Cicerón-. Y, si me permite, profesor: esta idea que se le ha ocurrido a usted, como sabe, es de Platón y a través de la historia, se ha instado imponer en todos los regímenes dictatoriales, así como en las comunas francesas y en los kibutz israelíes... Y todas estas experiencias terminaron, en román paladino, como "la carabina de Ambrosio". No hay más que ver los éxitos educativos que alcanzamos en España.

Mis años de docencia en ejercicio y mi condición de padre y abuelo todavía en activo, gracias a Dios, me han hecho caer en la cuenta de que la familia es el principal ámbito de educación; el padre y la madre son o deben ser los primeros y principales educadores de sus hijos: los dos a una; la familia debe ser la primera escuela de valores y de convivencia, y a la vez, referencia atractiva, eficaz y básica para el desarrollo social.

Porque en la familia es donde, de verdad, todos sus miembros son queridos y aceptados por lo que son, no por sus capacidades, perfecciones o edad. Concepción Arenal, gran defensora de los derechos de las madres, apostillaba poéticamente: "El amor es para el niño lo que el sol para las flores: no basta el pan, necesita amor y caricias para crecer sano y fuerte". Amor y caricias de mamá y papá, junto con una exigencia comprensiva, son la clave del éxito educativo. Imposible de hacerlo "conjuntamente con la comunidad educativa". Como pretende el señor Gabilondo.

Hay que recordar, y algunos lo recordamos toda la vida, que en la familia, y sobre todo los que han tenido la suerte de tener bastantes hermanos -hoy eso es un lujo-, con mucho cariño, a veces con rabietas, codazos y empujones, hemos aprendido los sacrificios que benefician al otro, la solidaridad de compartir con los demás, el respeto, la comprensión, la preocupación por los demás hermanos. Y a superar, con mucho cariño, ternura y exigencia ese estadio en el que sólo se busca la satisfacción inmediata de las propias apetencias y caprichos. Perdónenme: ¡pero esto hay que mamarlo!, y como consecuencia se logra la seguridad, el equilibrio y el optimismo, virtudes y valores que se sustentan a lo largo de una vida. Y que constituyen uno de los mayores soportes que necesitan los profesores/as de nuestros hijos.

Su labor -la de los maestros y profesores- se debiera centrar más en la instrucción y en el aprendizaje de sus alumnos; sin perder de vista esos otros aspectos formativos o más educativos, aunque en éstos más bien lo deben hacer como colaboradores de los padres, sin pretender sustituirlos. Su tarea está más en aquellos aspectos técnicos de la enseñanza, entre los que se encuentran: determinación y secuenciación de los objetivos, contenidos y criterios de evaluación; aunque de todo ello deben tener informados a los padres, e incluso a los alumnos. Los profesores deben tener una legítima autonomía, porque son profesionales. Los buenos profesionales de la enseñanza (los buenos maestros) siempre tienen en cuenta que la educación es ciencia y arte, y que exige una responsabilidad compartida con la familia.

El Estado o la Administración autonómica nunca deben sustituir a la familia, deben ser exclusivamente subsidiarios, e intervenir lo menos posible en la vida familiar. Elaborar una legislación que promueva, defienda y fortalezca los vínculos familiares. Todo lo contrario de lo que se ha hecho hasta ahora. Otro día trataré de demostrarlo.

En conclusión, aunque la buena educación comienza en casa, conviene recordar, desde cualquier ocupación que tengamos en la sociedad, que todos podemos educar con nuestro ejemplo, para contribuir a mejorar la sociedad. Si en esto estamos de acuerdo todos, ¡todos a ello!

emérito del CEOFT

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Educación, Familia y Sensatez Francisco M. González *