CON EL PROFESOR lagunero Eliseo Izquierdo, compañero de bachillerato en el instituto de don Agustín Cabrera y con quien he mantenido una amistad que dura casi siete décadas, suelo hablar por teléfono con cierta frecuencia. Como algunas de nuestras conferencias suelen ser kilométricas, tenemos tiempo de hablar de lo divino y de lo humano; más de lo humano que de lo divino porque, si les soy sincero, no solemos salirnos del tema literario, que poco tiene que ver, me parece a mí, con la divinidad, a pesar de que hayamos podido hablar de San Juan de la Cruz, Santa Teresa o Fray Luis de León. Me imagino, sin embargo, que todo se andará.

En nuestra más reciente conversación, Eliseo se puso a filosofar con su edad, sin darse cuenta de que le gano dos años de vida, detalle que, a estas alturas, es muy de tener en cuenta. Le dije que no leo ya novelas porque, pasadas veinte páginas de lectura, se me olvidan los nombres de los personajes que leí al principio del primer capítulo. De ahí que haya desistido de releer , tan llena de Aurelianos Buendía, que aparecen por todas las esquinas. Tampoco quiero volver a La colmena, del señor Cela, en la que el Nobel gallego da a luz a sus personajes de tres en tres o de cinco en cinco. Le pedí consejo a mi amigo lagunero y, aunque repito que soy mayor, me recomendó obras de Laín Entralgo, Marañón, Ortega y Eugenio D´Ors, a quienes conozco un tanto superficialmente. Todos me satisfacen, aunque el señor Ortega y Gasset me obliga a realizar un trabajo extra, impropio de mi edad, para llegar a su altura intelectual. Quiero decir para entenderlo. Feliz mi amigo que se atreve con La rebelión de las masas y cosas de esas.

De la biblioteca pública de mi pueblo me llevé a casa Mis páginas preferidas, de don Pedro Laín. He navegado con cierta soltura entre sus páginas y me detengo en la página 19, en la que leo: "Confesémoslo sin reparo: nuestro espíritu es insoportablemente letrado y pedantesco […] Fuimos ante nuestro paisaje sensitivos y meditabundos; seamos ahora un poco eruditos -ma non troppo- ante la emoción por él despertada". La cosa no va conmigo porque huyo de la pedantería, de lo insoportablemente letrado hasta tal punto que no suelo emplear voces como verdear, sequedades, altiplanicies, monoteístico, circunstante, alcacel, cirnscunpecto, atochares, adusto, anonadamiento… Y no porque desconozca su significado sino precisamente para huir de la pedantería. Quede claro que las palabras señaladas las ha tomado el señor Laín Entralgo de Unamuno, Baroja y Azorín, a quienes cita en su libro.

Por si no fuera suficiente, en la página 22 leo: "Lo que da la medida de un artista es su sentimiento de la Naturaleza, del paisaje… Un escritor será tanto más artista cuanto mejor sepa interpretar la emoción del paisaje". Quiere esto decir que soy un mediocre escribidor porque describir un paisaje me resulta tan difícil que ni siquiera lo intento. Y conste que hay bellos paisajes en mi pueblo. Si sube uno hasta San Nicolás, por ejemplo, se queda atrapado en el verde singular de El fondo, por donde corre el agua cristalina, y el silencio lo transporta a uno hasta situaciones de bienestar espiritual. Además de que, desde allí, si bajamos la vista y la hacemos deslizar sobre la lava, tenemos la oportunidad de ver cómo el mar, rugiente ayer y hoy manso como un cordero, esconde su espuma hasta que, cualquier día, vuelve a golpear sobre las negras rocas que el volcán llevó hasta la orilla. A mí me gustaría contarlo de otro modo, pero no me es posible porque cada cual es cada cual.

Por eso, en mis artículos semanales voy por otro camino, con la intención -sana intención, creo yo- de esconder incapacidades congénitas.

-Podría usted volver a contar cosas de Lolo -me dicen.

Pero este buen hombre no se da cuenta de que Lolo tenía poco más de nueve años cuando lo traje a este espacio por vez primera y ya ha cumplido los 16. Camina ahora por los pasillos de la universidad. O sea, que no es ya aquel torbellino al que doña María Rosa Alonso tildó un día de niño "repajolero y resabido", con toda la razón del mundo.

Así que, sin Lolo y sin estilo para describir paisajes ¿de qué puedo escribir después de mi conversación con Eliseo?