BUEN CLIMA, excelentes profesionales de la vieja escuela, prestos a colmar de atenciones a los huéspedes; hoteles confortables y bien atendidos; todo eso y mucho más, en clara referencia a la gastronomía, el comercio, el divertimento y la atención a los recién llegados, patente hasta el otro día en el Puerto de la Cruz como ciudad receptora de turismo internacional, se debate ahora como discutible.

El boom de los años 60/70 del siglo pasado, cuando la flor y nata del turismo europeo se dejaba ver por estos lares, en un mundo cada vez más globalizado, cambiante y, sobre todo, menos rígido en las formas y en los procedimientos, representa hoy en día la antítesis de un turismo con destino en oferta.

La 2ª, 3ª y sucesivas generaciones de la saga de empresarios hoteleros comprometidos con la tarea, salvo contadas excepciones, viendo cómo está el patio, están decididos a vender o echar el cierre cuanto antes.

Sin embargo, no es agradable escuchar que el Puerto se hunde por imposible, o las "lindezas" que van dirigidas a las autoridades de turno; en absoluto. Confundir la velocidad con el tocino, permítanme el dicho popular, no es bueno para el clima de conjunto. Y el conjunto, en primer lugar, son los ciudadanos del Puerto de la Cruz; amén de los foráneos, los esporádicos y cualquiera que venga dispuesto a mejorar las perspectivas de un modelo de desarrollo sostenible.

Los que gestionan los recursos, el Estado de bienestar, etc., pertenezcan a un partido u otro (izquierda, derecha o lo que cuaje), para cumplir los objetivos deben pensar en la ciudad; la política a un lado. Importa, claro, que el trabajo se haga bien y acorde a las necesidades de los vecinos. En el caso del Puerto de la Cruz, el municipio bascula entre las demandas de los nativos, los extranjeros y los que van de paso. Y no es fácil satisfacer a todos a la vez; y menos cuando los intereses difieren ni se sabe. Por ejemplo, los extranjeros que residen en la ciudad, personas de edad que necesitan descansar y dormir bien, no encuentran el confort y la calma que buscan. Las motocicletas, las pandillas del botellón, el trajín de las mesas y las sillas a la hora de recoger, etc., precisamente por donde no hay tráfico rodado, impiden que haya calma en la ciudad. E incluso, de nada valen las aceras y los espacios libres ocupados con mesas, sillas, paraguas y un "billón" de pizarras colocadas en la calle y de cualquier forma, o mejor dicho, dispuestas para sortear obstáculos a poco que cualquier persona se disponga a caminar.

¿Problemas domésticos? Depende; pero estas cosas hay que resolverlas entre todos y antes de que "la carreta se pase delante de los bueyes". El Puerto no es un ejemplo de calidad, no, en absoluto, y ya veremos mañana. Detalles como el de la calle Quintana, con un "escaparate" de flores y plantas atendido por señoras vestidas con el traje típico de las Islas, por llamarlo de alguna manera, con vaqueros de fondo, rebecas, chaquetas y tal y tal. Resulta horroroso. Flores fijadas en cajas de yogur y sobre bidones de ¿pintura? Pero vamos a ver, don Marcos, aunque esto viene de viejo, ¿qué cuesta instalar un mostrador o algo de buen ver?, ¿el importe de una rueda de fuegos? Los detalles, igual que la atención y la sensibilidad, o se cuidan o tarde o temprano desaparecen en las fauces del Minotauro.

Y en la plaza del Charco, más de lo mismo; neveras y estanterías con baratijas colocadas al paso de los viandantes reflejan el tipo de turismo que recala en el Puerto. Con un poco de "orden" y mano dura bastaría para, de momento, poner punto y final a las mamarrachadas que "adornan" a la ciudad.

Ya puesto, voy a informar de un espacio más o menos del tamaño de un campo de fútbol, aunque no por la forma del perímetro, situado en la calle Rotonda (sin salida), a unos 50 metros de un pintoresco hotel que lleva el nombre de una isla que aparece y desaparece por encantamiento. Más de 30 años lleva el espacio apipado de bañeras, lavabos, tablas, matojos de todas clases, etc. Y digan lo que digan, el mejor criadero de ratas y ratones con denominación de origen. El siguiente, o el penúltimo "escaparate", se encuentra en Las Cabezas (próximo a los hornos de cal). Muy bonito, sí, el montón de chatarra abandonada durante años a la vista de todos. Un monumento (aunque no es de Martín Chirino) a la desidia y el desamor que envuelve al Puerto: un silo, una grúa y no sé cuántos herrajes oxidados a los pies de unas viviendas de buen ver; con el indicativo de Zaragoza; posiblemente, de alguno que abandonó los bártulos cuando hizo su agosto. ¿Ven por lo que -entre otras cosas- el Puerto de la Cruz languidece sin remedio? Continuaré…

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