A LO LARGO de esta semana hemos publicado tres comentarios destinados, en parte o en su totalidad, a las declaraciones muy desgraciadas de un político nacionalista que tiene dedicada una inmensa avenida en Santa Cruz. Un hombre que quiere la esclavitud colonial perpetua de todo el pueblo canario, pues en otro caso no hubiese manifestado lo que ha manifestado respecto a la independencia. Estamos convencidos de que este señor no sale a la calle. Estamos seguros de que no percibe el clamor de la población de estas Islas; de que no siente las ansias de unos ciudadanos que están hartos de casi seis siglos de colonialismo español, al que quieren ponerle fin sin demora. Es el paradigma del actual nacionalismo oficial –y oficialista– canario; el nacionalismo políticamente bolsillero, salvando a unos pocos de sus miembros que sí piensan en clave independentista. Tienen que abrirnos la cabeza para poder admitir sus manifestaciones. De forma especial, nos duele lo que ha dicho en relación con los nacionales de un país libre, como es Cabo Verde. Él los equipara a los canarios. ¿Cómo nos podemos comparar los canarios, que somos indígenas colonizados, con los ciudadanos de un país libre? Con personas que tienen identidad en el mundo. Tales declaraciones comparativas –todas las comparaciones son odiosas, pero esta lo es todavía más– son profundamente injustas para los nacionales de una nación como es Cabo Verde. Y mucho más si dicha comparación se hace con los canarios; personas dignas que también aspiran a tener su libertad, su identidad y su dignidad en el concierto internacional, pero que hoy por hoy son esclavos a la fuerza de los españoles. Esclavizados por la vía del temor y de la represión.

UNA situación absurda porque Canarias es una nación. Un territorio con más derechos a poseer su Estado que Cataluña, el País Vasco o Galicia. Estas tres regiones españolas, aunque también están legitimadas para obtener su independencia, forman parte del territorio peninsular; es decir, están continentalmente unidas a España. En cambio, Canarias se encuentra a 1.400 kilómetros de distancia de las costas españolas. Sólo por este irrefutable hecho geográfico, estas Islas deberían haber disfrutado desde que se instauró el llamado Estado de las Autonomías de un mayor nivel de autogobierno que Cataluña, las Vascongadas, Galicia o Andalucía. Sin embargo, a estas comunidades se les concedió el apellido de históricas, mientras que Canarias, junto con las trece restantes, pasaron a ser autonomías de segunda.

NO nos sirve la autonomía porque, como hemos dicho en reiteradas ocasiones, sólo es, en el caso de Canarias, una treta para engañar al mundo; para confundir a los organismos internacionales, entre ellos el Comité de Descolonización de los Pueblos de las Naciones Unidas, con la afirmación falsa y sibilina de que somos una comunidad autónoma española. ¡Mentira! Somos un territorio conquistado vilmente hace casi 600 años y explotado desde entonces hasta dejar esquilmados sus recursos. No obstante, mientras se inician las conversaciones para la independencia de Canarias –que han de iniciarse pronto, pues en caso contrario el pueblo saldrá a la calle– lo menos que podíamos esperar era una autonomía adaptada a la singularidad canaria. De forma especial, al hecho de la enorme distancia que nos separa de España y de nuestra proximidad al continente africano. No ha sido así. En un gesto más de burla hacia nosotros, los canarios, el Estado español nos ha equiparado a las comunidades autónomas de segunda categoría. Esto significa que no sólo nos ponen un disfraz, sino que incluso nos encasquetan uno comprado de segunda mano. ¿Les parece poco esta afrenta a los nacionalistas tibios, a los amantes de la españolidad, a los españolistas y españolistos, a los canariones que siempre se han prestado al juego del invasor español y a los godos –que no peninsulares– infiltrados entre nosotros? A nosotros nos parece una desvergüenza política de descomunales proporciones, pero no importa.

NO puede importarnos porque no aspiramos a ser una comunidad autónoma española; ni siquiera de primera. Aspiramos, lo repetimos un domingo más, a ser una nación con representación propia en el mundo. Aspiramos a ser canarios con identidad. Y aspiramos, como no puede ser de otra forma, a ir con la cabeza alta cuando salimos de nuestras Islas y visitamos otros países. Pero no se puede ir con la cabeza alta mientras carezcamos de esa libertad y esa identidad de la que sí disfrutan otros pueblos. Expresado en pocas palabras, la dignidad es incompatible con la carencia de libertad e identidad. Sólo los pueblos que poseen estas características son, a su vez, pueblos libres. No es nuestro caso; en consecuencia, como decíamos unas líneas antes, son de mal gusto –además de inciertas– las manifestaciones de ese político nacionalista sobre el hecho –absolutamente falso; lo repetimos por si alguien todavía no se ha enterado– de que los caboverdianos hubiesen preferido seguir uncidos colonialmente a Portugal de haber sabido que este país iba a formar parte de la UE. ¿Seguir colonizados por Portugal para qué? ¿Para ser también europeos ultraperiféricos –europeos bastardos– como los canarios? ¿Son esas las máximas aspiraciones de uno de los que se autoproclaman padres del nacionalismo canario?

QUÉ absurdo: Canarias, que fue nación –nación guanche– antes que España, sigue sometida a un país extranjero. Canarias era nación antes que España, como decimos, porque sus habitantes formaban un pueblo que, además, era libre. España empezó a conformarse como nación cuando inició la reconquista en Asturias y comenzaron a formarse y unirse los reinos, a medida que iban siendo expulsados los invasores. Nos parece muy bien este proceso de reconquista, al igual que nos parece bien la Guerra de la Independencia librada contra las tropas francesas cuando Napoleón invadió España a principios del siglo XIX. No obstante, la reconquista debió concluir con la caída del Reino de Granada, y no seguir España con sus afanes de conquista más allá del territorio peninsular. Porque alcanzados los límites costeros de la Península ibérica, la reconquista deja de serlo para convertirse en conquista criminal. Un proceso en el que primero se privó de su libertad a Canarias y luego a los territorios americanos que cayeron bajo la espada y la pólvora de las tropas españolas. El mismo derecho que tuvieron a independizarse de los españoles esos territorios que hoy forman las repúblicas sudamericanas, el mismo derecho incluso que tuvieron los españoles a librarse de los franceses, lo tenemos nosotros, los canarios, para quitarnos de encima, de una vez y para siempre, el yugo colonial de la Metrópoli que saquea nuestros recursos.

EN este punto volvemos a las declaraciones de don Manuel Hermoso para decir que él ha hablado como un peninsular y no como un canario. Él, como muchos de quienes viven actualmente en este Archipiélago, tiene ancestros peninsulares. Un pasado histórico que le impide albergar sentimientos auténticamente canarios. Por eso ha hecho esas desafortunadas declaraciones, que casi nos atrevemos a calificar de infames. No es justo que una importante vía de Santa Cruz lleve el nombre de alguien que, a pesar de haber nacido en Tenerife, piensa como un español. No podemos permanecer narcotizados con declaraciones como las efectuadas por el señor Hermoso, mientras Marruecos avanza con pasos de gigante en sus aspiraciones expansionistas. Ceuta y Melilla están a punto de caer. La llamada del Rey Juan Carlos a su amigo marroquí, el rey alauita Mohamed VI, no ha servido para nada. Al día siguiente se ha producido el anunciado bloqueo en el suministro de alimentos a Melilla. La historia se repite. Ya en 1975, cuando era aún príncipe de España, don Juan Carlos manifestó que España nunca abandonaría el Sahara Occidental. Tres meses después los españoles salieron de aquel territorio huyendo como conejos. ¿Ocurrirá lo mismo con Canarias? Que nadie lo dude. Llevamos mucho tiempo diciendo que el día menos pensado nos levantamos con la chilaba a los pies de la cama, dispuesta para que nos la pongamos pues habremos pasado a ser marroquíes. Por eso son más hirientes las declaraciones de supuestos nacionalistas como el ex alcalde de Santa Cruz y ex presidente del Gobierno de Canarias al que nos hemos referido en este editorial.