1.- Una vez compré un Rolls. Pedí un crédito de dos millones y medio de pesetas y adquirí el coche a la viuda de un armenio, que lo había recibido en herencia. El Rolls Royce, modelo Corniche, precioso, sólo me dio disgustos. Dos veces se me quedó sin frenos en la autopista y una de ellas casi precipito en el vacío a mi difunto padre, que no había pasado tanto apuro ni en la guerra civil, en la que entró y salió dando tiros, como le habían mandado hacer. En esa época no había mecánicos de Rolls y le había perdido la pista a , un gran operario de Hernández Hermanos que los entendía muy bien. Así que al cabo del tiempo, y después de dar unos cuantos paseos por La Laguna, serenateando a su Luna, como dice el cantar, lo vendí. Lo vendí mal, pero le gané dinero. Hoy está primorosamente restaurado y espero que con frenos. Pero se pasa la vida en un garaje. Una de mis ilusiones de siempre fue tener un Rolls, que es toda una seña de identidad, así que desprenderme de él supuso un gran disgusto, pero mandaba la falta de perras.

2.- Otro de los coches que tuve y que fardaba mucho, como dicen ahora, fue el Mercedes Benz modelo Pagoda, descapotable, de techo intercambiable. Lo compré por 500.000 pesetas a un extranjero, en el Sur. Me lo consiguió un médico tinerfeño, de entrañable recuerdo. Lo disfruté varios años y después se lo vendí a mi buen amigo y coleccionista Andrés MirandaHernández. Su matrícula es TF 53.000 y había sido propiedad, anteriormente, de ManoloMendoza, industrial del ramo de la automoción y piloto de avionetas. No sé dónde está ahora el coche, ni quién lo tiene.

3.- Mi tercer capricho automovilístico fue el Hummer, vehículo todoterreno que se hizo famoso en la Guerra del Golfo. Cuando atábamos los perros con longaniza, viajé a Miami con VicenteÁlvarezGil y compré uno, lo matriculé con mis iniciales (A.Ch. 2) y luego lo traje. Me costó un tremendo lío el trámite, hasta que encontré a JesúsGonzálezdeChaves, que es un lince en eso del papeleo. Me cansé de él y lo vendí, pero por extrañas circunstancias de la vida, que no vienen al caso, ahora lo puedo disfrutar a ratos. Parece como si el Hummer amarillo se resistiera a alejarse de mí. El coche tiene su historia porque sobrevivió a un ciclón en el puerto de Miami. Todos los contenedores que estaban a su lado volaron, pero el del Hummer no. Es, pues, un vehículo muy especial y entrañable para quien escribe. Y todavía se para la gente al verlo pasar, o sea que no ha perdido su encanto.