ESTOY leyendo mi quinto libro de doña María Rosa Alonso. Se titula "La ciudad y sus habitantes" y lo integran 62 artículos, que la gran escritora tinerfeña escribió entre 1968 y 1984. No se asusten ustedes, que no voy a hablar de estilos, sintaxis ni cosas de esas, en vista de que algunos amigos me lo prohíben. Así que me conformaré con contarles parte del contenido a quienes no hayan leído la publicación. Y digo parte porque sólo conozco hasta ahora 11 capítulos. Otro día seguiremos.

Nada más comenzar, la profesora tinerfeña, al hablar de los palacios, templos, plazas y calles de Roma, escribe: "… y su moderno foro Mussolini, que está en pie, aunque la barbarie es aficionada a destruir edificios bellos o útiles cuando el gobernante que los mandó construir fracasa o es depuesto. Lo inteligente es dejar los edificios; es lo que hicieron italianos y rusos, pero no los franceses de 1789". Y uno se pregunta: ¿Qué podemos decir de ciertos políticos actuales que arrasan con bustos, estatuas, lápidas y caballos de bronce? ¡Pobrecillos!

Dice la profesora universitaria que en Rusia no se actúa así. Y, como demostración, aclara que en la Plaza de San Petersburgo, en un tiempo llamada Leningrado, hay una bella columna dedicada al zar Alejandro I. En el mismo centro de la plaza. Y yo vuelvo a preguntar: ¿cómo es posible que en una plaza se hayan dado la mano, tan amistosamente, un zar, sea el que fuere, y don Vladimir Ulianov, más conocido como Lenín? Usted me dirá, lector.

Sin salir de Rusia, me aclara la escritora tacorontera (o lagunera, qué más da) que la Plaza Roja de Moscú "no se llama roja por la revolución bolchevique, sino porque desde el siglo XVIII tomó el adjetivo ruso krasnaia, que lo mismo significa roja que bella". Leyendo este fragmento pienso que nuestra selección de fútbol, que ya no se llama España ni selección española, sino La Roja, teniendo en cuenta esto de krasnaia, debería llamarse La Bella, para hacer honor a Iniesta, Xabi Alonso, el otro Xabi, que con tanto estilo juegan, además de Silva, Casillas, Pedrito…

Cambio de tercio. Casi al comenzar, en la página 14, leo en "La ciudad y sus habitantes" tres párrafos que, por la cuenta que me tienen, no sólo me interesan, sino que me llenan de melancolía. Vengan conmigo:

"Todas las ciudades, desde las más antiguas en el tiempo histórico hasta las últimas forman una ciudad decisiva definitiva, sufran las ampliaciones o menguas que sufran". Tres renglones después escribe nuestra admirada paisana: "Muchas ciudades han sido destruidas, por de contado, pero las que se han rehecho, lo han sido como tales ciudades, mayores o menores, con este nombre o aquél, brillantes o modestas, pero siempre ciudades". Y hay un tercer fragmento que tampoco me resisto a copiar por su trascendencia: "La historia de algunas de estas ciudades ha podido ser, a través del tiempo, de un dramatismo hondo; han resurgido muchas veces de sus ruinas y otras, como Cartago, no se reedificaron jamás".

Doña María Rosa no dice a qué ciudades se refiere. Yo vivo en una ciudad pequeña, con título de Villa y Puerto, aunque alguien la haya llamado alguna vez villorrio; ha sido arrasada y ha resurgido sobre sus cenizas y cuenta con historia para sí y para regalar a quien le falte. Ha sufrido más por culpa del hombre que por los cataclismos. A los cataclismos, más o menos, los hemos vencido. A los hombres, no nos ha sido posible. Y no me refiero a don Alonso Fernández de Lugo, ya tan lejano en el tiempo, sino a otros tan próximos que algunos, muchos, muchísimos aún viven. Estos días, a personajes de la talla de los señores Zerolo y Bermúdez, por sólo citar dos, se les ha llenado la boca con ese viejo cuento, ahora resucitado, de suprimir ayuntamientos pequeños para que sigan despilfarrando los mayores. Aplaudo a los dos personajes citados en su intento de conseguir un escáner para el puerto de Santa Cruz. Es su obligación. La mía, aunque yo no sea alcalde, es intentar que tengamos médico sábados y domingos. Y que los demás días lo tengamos las 24 horas. Dígase lo que se quiera, esto es más importante, mucho más importante que un escáner para el puerto de Santa Cruz.

Y finalizo con un ruego a periodistas y políticos: No echen ustedes más leña al fuego, por favor.