1.- Ayer tuve otro sueño. Iniciaba un viaje muy largo y visitaba las ciudades que conozco. Pero tenía muchas ganas de volver a casa, porque me había marchado con la sensación de que no había acabado mi trabajo aquí. Al cabo logré regresar, pero todo se complicaba por unas conexiones de aviones a las que siempre llegaba tarde y, además, en aeropuertos destartalados, bien de Iberoamérica, bien de Oriente, pero ciertos de ellos controlados por árabes. El sueño puede ser reflejo de mis miedos: un viaje largo, mal asunto; dificultades para volver, mucho sufrimiento; los árabes, ¿y qué tengo yo contra los árabes? Me había olvidado del sueño porque cuando uno sufre estas pesadillas las echa fuera de la memoria al despertar, pero queda, con los días, una especie de poso de lo no vivido; y entonces no sabes si sigues instalado en lo irreal o si realmente vives lo que es real, que puede ser otro sueño. Así que me he sacudido como he podido la pesadilla, pero no he logrado reprimirme y la he contado. Porque aseguran quienes entienden de eso que si uno cuenta los sueños, no se cumplen.

2.- ¿Y cuáles eran los lugares comunes de ese sueño? Una plaza de Buenos Aires y unos enormes edificios, que podían ser las Torres Gemelas, ubicadas en cualquier ciudad: o Nueva York u otra. ¿Torres Gemelas y árabes? Puede existir un punto de conexión. Aviones que se iban sin mí; yo sólo había perdido un vuelo en mi vida, en un trayecto Madrid-Asturias. Nos cerraron la puerta de acceso al finger y nos quedamos pasmados en la puerta , el de la Casa de Alba, y un servidor. Aquel armó una bulla enorme; debe ser que los aristócratas tienen todavía derecho a montar pollos en este país. Fue mi único contacto con la nobleza. Pero ni por esas; tuvimos que tomar el próximo vuelo. De resto, jamás he perdido un avión. O sí, uno, en Caracas, que me salvó la vida. Ya lo he contado en otro artículo.

3.- Mientras lo narraba, el sueño ha vuelto a poner pies en polvorosa. Ahora no recuerdo nada más. Estos episodios de la noche juegan conmigo a su antojo. Yo no duermo bien, sólo cuatro horas, o menos. Y entre el cansancio de cada jornada y el estrés que me producen estos sueños vivo en una perpetua zozobra. A ver si echo fuera mis fantasmas en agosto, que es un mes nacido para no soñar sino para instalarse en el ocio.