UNO HA TENIDO la fortuna, o la desgracia, vaya Vd. a saber, de nacer en el seno de una familia ligada en buena parte a la energía y ha tenido el privilegio o la fatalidad, vaya Vd. a saber también, de trabajar gran parte de su vida en industrias y sociedades muy ligadas a la energía. Por tanto, algo tendré que decir al respecto, digo yo, hoy que todo el mundo habla de ello, la inmensa mayoría de las veces sin saber lo que está diciendo, y si lo sabe, sin comprenderlo. Porque es que esto de la energía, al menos para nosotros los españolitos, es algo relativamente nuevo, y no digamos para los canarios.

En mi primera juventud, lo único que interesaba de la energía, de la energía eléctrica, era la forma de no pagarla. Eran todavía los tiempos en que nadie, sino los muy ricos, tenían cuenta corriente en los bancos, y había lo que se llamaba el cobrador de la luz, un señor que todos los meses venía por casa con un recibo que había que pagar, después de que el "señor del contador de la luz" había venido a leerlo días antes. Uno de los últimos cobradores de la luz fue en Santa Cruz el popular extremo izquierdo del Tenerife Luzbel, que le marcó un gol a Zamora en uno de los viajes de verano de antes de la guerra, cuando el Madrid C.F. venía por las Islas. Y se podía pagar en el momento o pasarse por la compañía a hacerlo en un plazo prudente que a todos les parecía brevísimo.

Entonces la energía eléctrica era casi exclusivamente para alumbrado, la luz, ya que ni existían neveras ni aparatos eléctricos casi, pues las planchas se calentaban al fuego en la cocina, por ejemplo, y no había ni batidoras ni calentadores (sino de gas) ni aspiradoras ni cocinas eléctricas, ni eso hoy tan socorrido como es el microondas. Y para reducir el consumo oficial, lo que ingenió el pobre ciudadano (todos éramos pobres) fue "la trampa de la luz", que era ni más ni menos que hacer otra toma antes del contador, generalmente en la azotea, que entonces la energía eléctrica venía por las calles a través de postes con cables a la vista, con derivaciones a las casas a través de las azoteas o de forma equivalente. Y se desarrolló toda una picardía de cómo hacer la bendita trampa para que no se notase demasiado y de manera fácil que se pudiese ocultar o quitar cuando se aproximase la llegada del señor del contador. En muchas familias había verdaderos expertos, incluso en las más honorables, como decía mi cuñado Opelio cuando nos contaba cómo oyó una vez que un individuo le decía a otro que tenía un pariente que "jincaba cada trampa de la luz que no la descubría ni el ingeniero alemán de la Eléctrica".

Cuando acabó la guerra y empezó la industrialización del país, algo que ahora algunos quieren ignorar, no había ni una Refinería de petróleo en la Península y sólo la de Tenerife, con mercado local e internacional. Los peninsulares tenían que importar de otros países europeos la gasolina, el gas oil, el alquitrán -el piche que decimos por aquí- y cualquier otro derivado. La producción de energía eléctrica era casi exclusivamente de procedencia o bien térmica, a través de calderas de vapor que consumían carbón (como en Santa Cruz inicialmente) o bien de origen hidráulico, a través de los saltos de los embalses. Y numerosas pequeñas unidades de generadores que quemaban diesel o gas oil, como sucedía también en las islas menores y en muchos pueblos y ciudades del Archipiélago. A partir del 39 empezó la gran construcción de pantanos en los que se incluía el salto de agua correspondiente y su producción de energía, así como se empezaron a construir refinerías de petróleo como la nuestra, que permitían el suministro de gas y combustibles en gran cantidad a la naciente industria y al país. Las unidades eran cada vez mayores y más eficientes y España se sumó al carro más moderno y económico, el de la energía nuclear, con una primera central, ya en fase de desmontaje por haber cumplido su etapa productiva. Esa central llevaba el nombre de José Cabrera, en Zorita de los Canes, Guadalajara, cerquita de Madrid. Y ya entonces se hablaba de otras energías posibles, pero que sólo estaban en la mente de los más innovadores o soñadores, que a veces es difícil establecer la diferencia. Parecía evidente el uso del viento. En nuestra propia tierra, conocíamos la existencia de los molinos de viento para la extracción de agua; y si eran capaces de sacar agua, igual podían accionar un alternador y producir electricidad. Cuando allá por los finales 40 y primeros 50 se hablaba de estas cosas, los que nos llamábamos técnicos lo tomábamos poco menos que a broma, ya que frente a los pocos caballos de un molino para sacar agua, aquí se hablaba de cientos o miles de caballos. Parecía evidente que algún día se lograría producir electricidad, aunque lo fundamental era saber a qué precio. Ya bastantes años después, en una visita a unos astilleros en el Ferrol, pude ver como novedad recentísima la fabricación de unos molinos de 250 kw, y hace dos semanas he podido ver en un pueblo de Cuenca una instalación de 18 molinos con generadores a 50 metros de altura y potencia unitaria de 1.500 kw. Aunque hay ya unidades en el mercado de 2.000 y hasta 3.000 kw. El sueño se hizo realidad ya hace años.

Y la otra vertiente posible es la solar. En sus dos versiones: la solar térmica, es decir, el sol calienta un líquido que a su vez cede su calor produciendo vapor de agua que acciona una turbina y ésta un generador. La caldera de vapor, en lugar de quemar carbón o fuel oil o gas oil para producirlo, lo que hace es generar vapor de agua mediante un fluido calentado por los rayos solares. Y la otra versión, la fotovoltaica, es la producción directa de energía eléctrica de los rayos solares.

Hay que reconocer que estas dos posibilidades son altamente imaginativas, y en mi juventud ni siquiera se hablaba de ellas. Incluso cualquier alusión causaba risa. Hay precisamente una película muy famosa del año 38 que nosotros veríamos ya en los 40, supongo, que se titula "Vive como quieras", dirigida por Frank Capra y protagonizada por James Stewart y Jean Arthur, con el insuperable Lionel Barrymore como abuelo que "vivía como quería" junto a toda su familia, en la que James Stewart le dice a su poderoso padre (Edward Arnold en la película) que va a dejar de trabajar como hijo de un potente industrial y banquero y que prefiere ir a investigar con un amigo suyo que estaba estudiando cómo aplicar la energía del sol en el crecimiento de las plantas a la posibilidad de generar electricidad. El padre estalla en risas y carcajadas por lo iluso del proyecto, fiel reflejo de lo que entonces se creían utopías. Pero las cosas han cambiado, al menos técnicamente, ya que el aspecto económico sigue siendo muy desfavorable. Uno de los inconvenientes de este tipo de generación, tanto eólico como solar, es su falta de continuidad, lo que es vital en todo proceso productivo eficiente. Hay viento cuando lo hay y el sol luce cuando luce, sólo parte del día. Así como las horas de marcha al año de una central convencional es de unas 8.000 horas, en las eólicas andamos por las 2.500 y en las solares supongo que más o menos, lo que en definitiva quiere decir que para obtener la misma producción que una convencional, la renovable ha de tener una potencia instalada 3 ó 4 veces mayor.

Pero ya están aquí, a pesar de todo, esas energías renovables, así llamadas porque la materia prima, viento y sol, durarán por lo menos unos cuantos miles de años más, no como el carbón, el gas o el petróleo, que se agotarán a plazo medio de 50 a 100 años. Y aún nos falta la utilización de la energía del mar, en la que nuestro escritor Vázquez-Figueroa tiene mucho que decir. Lo malo, de momento, es que esas energías son caras y han de contar con ayudas para su montaje y explotación, que tan sólo en este año pasado han costado 6.000 millones de euros, que es una cantidad asombrosa, y que, en definitiva, hemos de pagar los que consumimos electricidad. Se acabó la luz barata, compañeros. Y tenemos nuestras casas con tejados que soportan paneles solares, las cimas de nuestras montañas llenas de molinos enormes que en muchos casos atentan contra las aves, y nuestras llanuras llenas de huertos solares con paneles que incluso siguen la trayectoria del sol para recibir su radiación en óptimas condiciones en todo momento y ocupan hectáreas y hectáreas de un terreno, muchas veces improductivo pero otras no tanto. Los ecologistas, tan activos en las energías convencionales, nada nos dicen de estos otros "atentados" contra la naturaleza, que nada sabe de kilovatios. Porque estamos ya en el futuro, amigos.