LAS COMPARACIONES pueden ser odiosas pero a veces también resultan instructivas. Cuando ya empieza a conocerse por dónde irá el decreto de reforma laboral que aprobará el Gobierno el próximo miércoles, acaso convenga echar un vistazo a la productividad de los trabajadores españoles en relación con la de otros países europeos. Holanda, por ejemplo; aunque sólo sea para no referirnos siempre a Francia, Alemania o el Reino Unido. La tasa de productividad de los Países Bajos quintuplica la de España, con la circunstancia añadida de que los holandeses trabajan sólo un poco más de la mitad que los españoles. Cinco veces más de producción con la mitad de tiempo significa, en términos puramente aritméticos, que una hora de trabajo en Holanda cunde casi tanto como diez en España.

Tengo por ahí un libro titulado "La semana laboral de cuatro horas", y subtitulado "No hace falta trabajar más". No lo he leído porque eso de ganar mucho dinero con tan poco curro me suena a coña o, directamente, a promesa de Zapatero. Sin embargo, considerando que con las cuentas anteriores en la mano los holandeses producen tanto en cuatro horas de trabajo como los españoles en cuarenta, a lo mejor apenas tenga una tarde libre me meto el susodicho librito entre pecho y espalda de un tirón. Ironías al margen, parece evidente que en este país está pasando algo. ¿Qué?

La respuesta trivial sería decir que los españoles son gandules, pero no. En este país hay vagos de solemnidad -todos conocemos a varios-, pero no más que en cualquier parte. Quizá incluso menos proporcionalmente. En esencia porque casi todas las estadísticas al respecto revelan que pasamos demasiado tiempo en el puesto de trabajo en comparación con los europeos y los norteamericanos. Asunto distinto es lo que hacemos durante esas horas. Porque si empezamos por los puestos más sencillos, no descubro nada al decir que la señora de la limpieza de cualquier empresa no sólo acude al trabajo para realizar su tarea, sino de paso para comentar las vivencias del día con su compañera, y con el otro y hasta con el de la moto. Mejor dicho, al revés; acude a hacer vida social y, de paso, a limpiar un poco para que no se diga. Y si seguimos ascendiendo en la escala de responsabilidades, lo mismo cabe decir del portero, la telefonista, la administrativa, el chico de los recados, el repartidor, el encargado de área, el jefe de servicio, la secretaria y hasta los directivos con camisas de cuello duro. Si alguien lo duda, le sugiero que dé una vuelta por las cafeterías de Santa Cruz -o de cualquier ciudad canaria, murciana o gallega, por no citar una por una a todas las comunidades autónomas- entre las nueve y media y las doce de la mañana. Ya que estamos con esto, conviene comentar que existe un estudio realizado por un organismo oficial sobre las horas a las que más clientes tienen las trabajadoras de la vida, antes llamadas fulanas. Curiosamente, ese pico de actividad -dicho sea sin segundos significados- se produce en las horas del desayuno de los días laborales. Increíble, pero cierto; o acaso cierto pero, visto lo visto, no tan increíble.

No obstante, ese indudable hecho de que a las empresas españolas se va a practicar vida social y, de paso, a trabajar, no es suficiente para explicar una productividad diez veces inferior a la de un país como Holanda que, dicho sea de paso y sin ánimo de ofender, tampoco es una cosa del otro mundo. En un plano más teórico hay que mencionar el tamaño de las plantillas -las empresas españolas con más de 250 empleados alcanza un rendimiento equivalente a las norteamericanas; las pymes, en general, están por debajo- y, sobre todo, la escasa formación de los trabajadores de este país. En lo que respecta a los empresarios, sigue pesando muchísimo la refractariedad a innovar y tecnificar la producción. Una carencia encadenada a la anterior: los empresarios no invierten en nuevas tecnologías porque no cuentan con plantillas suficientemente formadas. A su vez, la falta de empresas tecnológicamente avanzadas merma las salidas laborales de quienes se han preparado a conciencia. Un perfecto círculo vicioso.

¿Acabará con todo esto la reforma laboral que impondrá el Gobierno dentro de tres días si Zapatero no cambia de intención antes del miércoles? Lo dudo. Por lo que se ha filtrado hasta ahora, el "gran" cambio quedará circunscrito a un despido sensiblemente más barato, unas flexibilizaciones en cuanto a horarios y tareas dentro de cada empresa -lo cual no es poco en este aspecto- y unas bonificaciones adicionales en las cuotas que pagan los patronos a la Seguridad Social, según el tipo de contrato. En definitiva, una aspirina frente a una enfermedad terminal. El cambio que necesita el mercado laboral español no se logra con un decreto apresurado para salir del paso; requiere una modificación absoluta de una mentalidad muy inadecuada, en el sentido de muy improductiva, cuando no muy irresponsable, por parte de unos y otros; trabajadores y empresarios. Algo que sólo se consigue renovando a toda una generación, aunque para eso hacen falta muchos años.

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