UN ANTIGUO refrán sentencia: "El hombre es tan viejo como él se siente y la mujer tan vieja como parece". La simple contemplación de nuestro entorno cotidiano confirma este aserto.

El hombre, y la mujer, ante la proximidad de una jubilación, a los 65 años, nunca a los 67, deben preocuparse racionalmente de cómo han de ocupar su tiempo libre. Que no ocurra que la jubilación llegue y no sepamos qué hacer. Debemos reglar ese tiempo que vamos a tener libre para que no seamos sorprendidos por una jubilación que deseamos y, al mismo tiempo, tememos.

La deseamos, porque nos libramos de nuestras tareas diarias; tememos, porque nos asusta el no saber qué podemos y qué debemos hacer.

Hoy en día, la jubilación se va produciendo casi en una edad, ya dicha, donde todavía somos útiles a la sociedad. En múltiples ocasiones, son las empresas, agobiadas por una economía atenazante, las que mediante incentivos adelantan esa jubilación.

En cualquier supuesto al jubilarse, en uno y otro caso, quedan por delante casi veinte años de vida activa, y ahí, ante este fenómeno por todos advertido, el Estado se preocupa por esta parte de la población, ahora inactiva, proporcionando nuevas ocupaciones para los ancianos, creando los clubes de la tercera edad, organizando viajes colectivos con subvenciones que los hacen atractivos, creando residencias y, en fin, organizando toda suerte de actividades que ocupan un amplio espectro, y van desde las culturales hasta las deportivas.

Todos los que se encuentran en la tercera edad, o en la segunda juventud, como me gusta decir, son útiles a la sociedad materializada, aportando su experiencia y brindando consejos que por estar avalados por una realidad ya ocurrida, han de ser de utilidad.

Y, además, pueden adquirir estas personas nuevos conocimientos a compartir con el grupo en que estén inmersos y, luego, ofrecerlos al exterior, acreditando de esta suerte que no son seres acabados, sino que, habiéndose ocupado de los demás a lo largo de su existencia, ahora digamos, en la última vuelta del camino, siguen siendo necesarios e imprescindibles en la sociedad en que viven.

Que no tengan nunca, porque no es verdad, sensación de haber terminado. Tienen, todavía, un papel importante que cumplir en la sociedad en la que están. Se lo estamos reclamando a gritos.