Napoleón consideraba a España como un país poblado por gente ruda, analfabeta, desinteresada por la política y los asuntos públicos -incluso por los que le afectan directamente- y manipulada por curas de arcaica sotana. Les otorgaba a los españoles, en cambio, la virtud -él lo consideraba una virtud- de que no admitían el engaño. Su venganza era terrible contra aquel que los traicionaba.

¿Encaja en este esquema la sociedad española actual? Según y como, dependiendo de quién esté en el Gobierno. Los curas, desde luego, ya no mandan nada. Ya ni siquiera tienen parroquia en los confesionarios. Los españoles -y las españolas- de hoy se sinceran con los médicos de cabecera. Se quejan los galenos de que sus pacientes les quitan demasiado tiempo contándoles sus cuitas espirituales. Pero es una queja henchida de satisfacción, porque internamente están bastante satisfechos de haber suplantado al clero en los asuntos del alma. En cualquier caso, al margen de que los curas ya no pinten un carajo, la situación de la España actual esencialmente no es muy distinta a la existente en la época napoleónica. Saber leer y escribir, pues sí; la mayoría de la gente ha pasado, cuando menos, por los niveles más elementales de la enseñanza. Sin embargo, el analfabetismo cultural es notable, aunque no tanto como el científico. Y esto no sólo vale para el señor que está en el campo arando con un burro; también cabe decirlo de muchos licenciados universitarios. Personas que han acumulado conocimientos -si es que los han acumulado- hasta obtener un título, pero que no saben qué hacer con lo que tienen dentro de la cabeza simplemente porque no saben pensar. Aunque parezca increíble, este yerro no es propio de España. Es frecuente encontrarlo asimismo en países tan avanzados como Estados Unidos.

Lo que sí es difícil de hallar por ahí fuera es una dejadez tan grande como la que existe en España por la política. No porque no se hable de política -en realidad se habla demasiado-, sino porque no se actúa en consecuencia con lo que se dice en la barra del bareto a la hora del café. Al PP de Aznar no se le perdonó que ocultara datos en las horas siguientes a los atentados de Madrid. A Zapatero muchos españoles continúan perdonándole todo. Las mentiras más evidentes y las previsiones que jamás se han cumplido quedan en nada a la hora de juzgar la actuación de un gobernante cuyo nombre quedará destacado en la historia de este país, eso que nadie lo dude, aunque no por sus aciertos.

Digo esto porque hace dos días comenzó el último tercio de la presidencia española de la UE. Una presidencia sin más mérito, la verdad sea dicha, que el riguroso turno alfabético, pero presidencia a fin de cuentas. ¿Se acuerdan ustedes de aquel augurio de Leire Pajín sobre la conjunción planetaria que supondría la coincidencia a uno y otro lado del Atlántico de dos líderes progresistas, como es el caso de Obama y Zapatero? ¿Qué fue de ese liderazgo que iba a cambiar el mundo? Pues, nada. Europa está resolviendo sus problemas sin contar en absoluto -¿para qué?- con uno de los gobernantes que más han contribuido a generarlos. Y en cuanto al inquilino de la Casa Blanca, la última vez que vio al presidente español le dedicó, exactamente, 35 segundos; lo justo para decirle hola, adiós y nada más.