Frecuentemente, se dice que los abogados y, en general, los juristas, están sujetos al sistema político en el que desarrollan su quehacer profesional.

Es esta una imputación derivada de la propia naturaleza de la función que proyectan sobre la sociedad.

Tal reproche es justo sólo en la medida en que ese sometimiento o sujeción hace referencia a la aplicación de la ley positiva, que, por su propia naturaleza, proviene de quienes ejercen el poder político. En otras palabras, pero no, necesariamente, al sistema político que engendra aquella.

Antes al contrario, el abogado, el jurista, suele conducirse con una plausible objetividad reflexiva, en el ejercicio de un esfuerzo que no siempre alcanza en términos absolutos el resultado apetecido.

El abogado no es, por definición, un historiador que acomete su tarea investigadora desde una óptica de lejanía y de distancia, que casi nunca se ve afectada por la influyente inmediatividad del clima ideológico.

Tampoco es, por esencia, un científico, en cuyos análisis no tiene por qué estar indentificado con los parámetros definidores de una norma política o cultural determinada.

Por contra, al abogado y al jurista es exigible un continuado ejercicio en la búsqueda de las leyes óptimas, a través de una constante actividad críticamente constructiva, aunque tenga la clara conciencia de que siempre ha de faltarle algo para lograr la perfección.

De otro lado, el abogado ha de ser consciente de que su esfuerzo por la consecución de un ordenamiento jurídico mejor y más justo exige la natural adaptación a las demandas de la sociedad en cada etapa de su historia, que, en este fin de siglo, adquiere una magnitud increíblemente acelerada.

Por eso, el abogado tiene que huir siempre de toda actividad deformadora de su personalidad y, en particular, de la resignación o, lo que es lo mismo, de aquellos criterios que lo llevan al adocenamiento y al conformismo.

Y de ahí, también, el abogado está gravemente obligado, con la sensibilidad que le confiere su papel protagonista en la natural evolución de la sociedad a la que sirve, a dar un paso al frente cada día, con la insatisfacción de saber que ese acontecer, que esa realidad en que el Derecho consiste, necesita de su actividad y de su reflexión para hacerlo avanzar, avalado por un saber analítico y ordenador.