NO PUEDO evitar una sonrisa al leer en este mismo periódico una noticia cuando menos curiosa: "El Xacobeo y la crisis animan a recorrer el Camino de Santiago por sólo 30 euros al día". Como este artículo está escrito en español, realmente debería escribir Jacobeo para referirme al año santo compostelano; el que se celebra cuando el 25 de julio -fiesta del apóstol- cae en domingo. Sin embargo, tampoco está mal presumir de que hablo gallego. Si he de ser sincero, confieso que no lo hablo; aunque lo entiendo. Lo entiendo más o menos como todos ustedes; como todos los que hablan español o castellano, que es como se denomina al idioma español dentro de España. Por ahí fuera se dice español y punto, pero aquí somos un poco especiales; más bien un "mucho" especiales, y cada día más, pero, qué se le va a hacer. Paciencia, que a fin de cuentas siempre fuimos diferentes.

El caso es que informa la noticia cuyo titular he transcrito de que, en efecto, la mala situación de las finanzas, tanto las personales como las colectivas -unas más que otras, la verdad sea dicha- está animando a gentes de toda Europa a "considerar el Camino de Santiago como una alternativa más vacacional que vocacional, ya que requiere un presupuesto de unos 30 euros diarios. Según Manuel Mariño, responsable del albergue del Monte do Gozo, el último antes de llegar a Compostela, son necesarios de 5 a 10 euros por noche para alojamiento en ese tipo de fondas del camino, y de 20 a 25 euros en comida y bebida, en los que se incluyen los fondos necesarios para tabaco, una copita u otros placeres". Que me perdone Manuel Mariños -un señor a quien no conozco ni tengo previsto conocer- pero no. Algunos albergues cuestan más de diez euros. Y en cuanto a comer y beber por 20 ó 25 euros al día, me gustaría que me señale dónde y qué. Es decir, dónde se come por tan poquitos euros y, sobre todo, qué se come.

Y la sonrisa, ¿a cuenta de qué? Les prometo que dentro de unos días lo cuento con detalles para los lectores y las lectoras -sobre todo las lectoras; qué haría yo sin las lectoras de esta página, de forma especial una en particular- de este artículo diario. Para hoy me basta una somera reflexión de la forma en que se imbrican muchas veces -¿acaso todas las veces?- las creencias religiosas con los intereses económicos. Más de una vez, aunque de forma especial durante estos días, me he preguntado qué sería de muchos pueblos -y no sólo gallegos- sin la existencia del camino de Santiago. Qué sería de la propia ciudad compostelana que alberga el sepulcro del apóstol y también, sin necesidad de salir de las aguas vernáculas, que sería de la villa mariana de Candelaria sin su Virgen morenita. Qué sería de Sevilla sin su Semana Santa y su madrugá y, sobre todo, qué sería de Roma sin el Vaticano, la basílica de San Pedro, la Capilla Sixtina y tantos y tantos monumentos y edificios de origen sacro.

Queda, claro está, la devoción y, de manera muy especial, la solidaridad de los peregrinos, aunque de eso les hablo otro día; el mismo en que pienso referirme a la sonrisa que me ha causado la mencionada noticia, aunque no sé si al final me bastará con una mera risita o será preciso una carcajada de esas que desencajan la mandíbula.