HAN EXISTIDO grandes manifestaciones contra la pobreza.

Nos acordamos de África, y nos acordamos de Juan Pablo II, nuestro "cuasi-santo", cuando decía que no podemos dejar a la deriva a un continente como África.

Hace poco más de un año se reunieron los siete ministros de Economía y Hacienda de los siete países más industrializados de la Tierra, y concluyeron en que es necesario aliviar, de todas las maneras posibles, la deuda de los países más pobres del planeta.

Y Estados Unidos y el Reino Unido tomaron el acuerdo de condonar totalmente la deuda de los países desprotegidos, sumidos en una deuda que les imposibilita todo progreso.

De esta resolución se han beneficiado dieciocho Estados africanos, a los que los intereses de esa deuda les impedían cualquier avance.

Ahora, esos países, sin el pago de unos enormes intereses, pueden proyectar un futuro que antes de esa condonación les estaba negado.

Pero no debemos olvidar que en esos países africanos, llamados por la ONU países menos avanzados, hay unos trescientos veinte millones de pobres, y la mitad de ellos vive con menos de medio euro al día.

No basta con cancelar la deuda, que hay que reconocer es importante, sino que también hay que trazar un plan de ayudas continuadas a ese tercer mundo que destierre el hambre y la enfermedad de esas personas que sufren.

De no ser así, llegarán catástrofes importantes, que ya se están contemplando en el mundo entero, principalmente en Europa. Debemos esforzarnos para evitarlo.