HAY CUESTIONES en la política, escapándonos si se quiere de su filosofía, que son determinantes y clarificadoras. Lo que se pretende enfatizar es que, de la misma manera que existen naciones sin Estado, es imposible se dé el caso contrario. O sea un Estado sin nación.

Naciones hay por el mundo unas cuantas que están definitivamente definidas porque comparten una misma cultura, que es lo que las sustenta conceptualmente. Y otras no tanto, sino que permanecen en el imaginario dispuestas, eso sí, cuando llegue la ocasión, que generalmente corresponde a los que viven dentro de un determinado territorio, a pasar al plano de su realidad.

Estas cuestiones que se reseñan se pueden entender y no tienen vuelta de hoja. El problema y el galimatías comienza cuando, alejándonos de estos dos conceptos socio-políticos, nación y Estado, que es una contingencia, aparece el tibio y ambiguo de "nacionalidad".

¿Qué es una nacionalidad? ¿Es lo mismo que nación? El camino de la nación está enmarcado en la incesante búsqueda de su institucionalidad como Estado. ¿Y el de la nacionalidad hacia dónde se dirige?

Cuando los padres de la actual Constitución llevan este asunto al Parlamento español, en el espacio que España es un Estado plurinacional y que está conformado por diversas naciones, se armó el zipi zape y algunos de ellos, eludiendo el compromiso, se ausentaron cuando esto se debatía porque ni creían en ello ni les interesaba al ser reductos de viejos tufillos históricos ya que estaban en contra de que eso fuera así: España como un Estado plurinacional. De ahí lo de las nacionalidades.

Si la nación es un cuerpo chiquito, aterido de frío que busca el ropaje de Estado para sobrevivir como entidad y estructura política, ¿qué es lo que busca la nacionalidad? Habrá que deducir que la nacionalidad se debate entre el quietismo, la inamovilidad y la pretensión de ir arañando, cuando la dejan, competencias para sentir que vive y respira por sí sola, pero el camino se lo marcan otros desde fuera, y si es que interesa o no.

La nacionalidad apenas es un cuerpo, no solo diminuto sino un mero embrión de la nada. La nacionalidad es un concepto vacío de contenido político que se le da algo de respiro en un momento determinado, que lo que hace es empalidecer y entretener la verdadera esencia de los pueblos. La nacionalidad que se acepta desde la no confrontación o para propiciar un espacio sin enjundia es un amago donde la contundencia operativa de un territorio se encuentra encorsetada y a un muy bajo voltaje.

Las luminarias que mal alumbran los horizontes de una nacionalidad son tenues y mortecinas aunque desde dentro se intenten fortalecer para que la visión sea más amplia. La nacionalidad es una atadura conceptual, y tal vez hasta mental, que imposibilita caminar con más altivez y decisión.

Nación y nacionalidad, que parecen sinónimos o gemelares, que da la sensación de ser lo mismo, pero no es así.

La nación sin Estado es una promesa, un empeño que tarde o temprano se verá realizado. La nacionalidad, por el contrario, seguirá siendo una vaguedad en el espectro de la política, y si se pretende su consolidación será un puro espejismo ya que continuará como un eslabón más de una cadena cuasi perpetua que no la dejará desarrollarse.