"SIEMPRE nos quedará la palabra" es, en el fondo, la recurrida frase que los socialistas dirigentes han apadrinado en la persecución teórica de un pacto para salvar la economía del Estado y los dos años que le quedan. Aunemos fuerzas, juntos podemos. En realidad, siempre es correcto el pensamiento de que pactando entre todos será más fácil acometer las reformas estructurales inaplazables y marcar unas políticas razonables para la dirección económica que tengan como fin garantizar el futuro de las cuentas públicas y servir adecuadamente al crecimiento y al bienestar de los españoles. Qué bonito.

Analicemos (en una situación de decrecimiento como la actual es posible visualizar bien las marcadas diferencias en cuanto a sus recetas de libro) a quienes (abstrayéndonos de personas y gestos) hay que meter en el mismo saco:

Los socialistas democráticos de corte europeo creen que cuando la economía de mercado falla el Estado debe cubrir el hueco con gasto e inversiones públicas destinadas no solo a rellenar las necesidades básicas de los más necesitados, sino también, y sobre todo, asumiendo un liderato en el papel de reactivación, garantía y reparto, potenciando la redistribución solidaria de la riqueza con su consecuencia, sólo si es necesario, de aumento de la presión fiscal (focalizando hacia las clases más pudientes) y de endeudamiento del Estado.

Los populares, que, en su papel de intentar cubrir todo lo que hay a la derecha de la izquierda y dar conducción libre a la iniciativa privada, plantean claramente una austeridad rigurosa, una disminución de la presión fiscal en todos sus escalones y un aligeramiento de la administración y del endeudamiento público a costa, sólo si es necesario, del recurso a papá Estado, que no puede estar siempre sacando las castañas del fuego, dejando campo y horizontes abiertos para la conquista de los emprendedores.

Digamos que estas dos fuerzas, en lo que a economía se refiere, defienden posiciones que perfectamente pueden pasar por justo lo contrario de lo que dice el otro. "Anta agónicas". Pero, cuidado, cierto es también que igualmente dos personas distintas, cada una de ellas con una de las filosofías extremas implantadas en su cabeza, pueden llegar a la misma línea de gestión en una realidad concreta. Desde la honestidad y el pragmatismo, lo que prima es hacerlo bien o mal, y en esto los gestores o políticos, sus equipos, se diferencian únicamente entre buenos y malos.

¿Sería posible que estas dos fuerzas hegemónicas (80%) se pusieran de acuerdo para un programa básico de medidas económicas anticrisis para este momento y este lugar?

Pues yo creo que sí, además fácilmente -estamos jodidos y hay que arreglarlo, punto-. Pero, claro, entra en juego todo lo que de perverso tiene el componente del politiqueo con unas elecciones que ya no se presentan tan lejanas. Los nacionalistas navarros, el PNV, CiU pintan muy poco, nada más que para aparentar, en el entendimiento que sólo (a corto o a largo) van a pillar cacho. La izquierda independentista catalana, el bloque, Dña. Rosa Díez, D. Gaspar Llamazares tampoco van a por más papeles que los que alcanza su escaso poderío real. Coalición Canaria: primero, que le hemos dado muy poco peso y segundo, que de tan flojitos en su reivindicación son capaces de negociar aire. Otro gallo nos cantaría si, aparte de "psoístas" y "peperos", tuviéramos cinco moderados blancos, cinco moderados negros y tres menos moderados, por ejemplo.

El clavo ardiendo es que los todopoderosos y aletargados sindicatos están destapando (en una estrategia ya ordenada) el hacha contra la derecha que se acerca. El problema es que D. Mariano Rajoy ve que su alternativa puede llegar tras un derrumbe completo de la pared; el problema es que D. José Luis Rodríguez sabe que la propuesta es sólo para ganar tiempo y que el líder de la oposición no tendría oportunidad sin el propio desastre de gestión; el problema es que las reformas que realmente necesitamos son de calado y no pueden producirse en la actual representación de cuentos chinos relatados.

Los canarios seguimos sin voz ni voto, empantanados en disputas alentadas y azuzadas por los de fuera y por los egoísmos, ideologías, canibalismos, tendencias, territorios, capitales o poderes. Repito, otro gallo nos cantaría si, fuera la que fuera, la fuerza de los votos tuviera la prioridad a la que nos dan derecho la historia, la geografía y en justicia, la economía.