CARECEMOS de sensibilidad para con nuestros mayores. Nos acordamos de ellos, pero no somos capaces de pasar una jornada entera con los mismos. Compartir con ellos sus pequeñas inquietudes y quiméricos anhelos.

Yo no sé a ciencia cierta a qué se debe esta insensibilidad. Puede ser el ritmo vertiginoso de la vida moderna que lo ahoga todo, incluso el amor auténtico. No lo sé. Se me antoja que no es eso.

Quizá el pensar que todo acaba aquí. Que debemos preocuparnos sólo de nosotros.

Quizá, que consideramos a los demás casi siempre como una carga.

Quizá sea que somos renuentes a comprender y perdonar a nuestros prójimos.

Creo sinceramente que todo cuanto somos lo debemos a nuestros mayores.

Ellos, con su esfuerzo y con su tesón, nos han allanado el camino. Este camino que ahora encontramos más cómodo que el que ellos tuvieron.

Sé que todos los padres han seguido -cuando les ha sido factible- el consejo de Jefferson: "Estudiarás detenidamente las aptitudes de tus hijos. No les hagas comprender que pueden ser más que tú; ponlos silenciosamente en camino de serlo".

Nuestros mayores, todas las personas mayores, merecen nuestra gratitud, y nuestro cariño. Procuremos demostrárselo de alguna manera.

Acabo de leer unos versos de esa exquisita poetisa que es Lourdes Sicilia, que comparto plenamente:

"Quizá cuando ellos, nuestros mayores, y nosotros mismos comprendamos que los primeros están llegando a la orilla, que ya han realizado su labor de esa Tierra, que su misión ya está cumplida".

Hay que disfrutar de las cosas sencillas, y no hay que temer al más allá, porque quizá allí se van a encontrar con algo mejor que lo que tuvieron en esta vida.

Cuando todo esto se entienda cabalmente por nosotros es cuando recuperaremos esa falta de sensibilidad que padecemos con nuestros mayores.