SOMOS, y lo hemos dicho cientos de veces, repetitivos. Lo somos cuando la razón nos asiste de una forma evidente; axiomática. Parece mentira que esté en manos de dos tinerfeños y un palmero arreglar, de una vez por todas, el llamado pleito insular. Un pleito cuya existencia nunca hemos querido reconocer en EL DÍA. Nos reafirmamos en que no existe tal pleito, sino la gran ambición de una isla que no es la primera del Archipiélago, sino la tercera. La comparación entre Tenerife y Canaria -o simplemente Las Palmas, como siempre hemos dicho aquí- es galáctica, sideral, telescópica, astrofísica, infinita... Parece mentira que sigamos soportando impasibles la avaricia canariona cuando la solución, como decimos, está en manos de tres personas. ¿Y quiénes son esas tres personas? En primer lugar, el actual presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, y sus dos representantes "nacionalistas" en las Cortes "democráticas" de España. Como habrán presumido nuestros lectores, hablamos de doña Ana Oramas y don José Luis Perestelo. Al otro, ¿para qué nombrarlo si es un infeliz político que está donde no influye ni para bien, ni para mal, aunque cobra sueldo? No obstante, bastaría, como decimos, con que esas tres personas tuviesen la valentía y el patriotismo de utilizar su escaño en las Cortes para pronunciar la palabra mágica y divina: independencia. El espanto recorrería el palacio de la Carrera de San Jerónimo, porque pronunciar esa palabra es tanto como decir que España debe devolver lo que invadió, robó, masacró y esclavizó hace seiscientos años, y que hoy sigue explotando desde la lejanía: un territorio -el Archipiélago canario- que urge descolonizar. Una nación que hoy es un pueblo de indígenas administrativos, condenados a obedecer a sus amos y amas peninsulares. ¡Qué indignidad!

Esa independencia que, como decimos, está en manos de una hija y un hijo de Tenerife, así como de un hijo de La Palma, también supondría reunificar el Archipiélago con una única capital en Santa Cruz de Tenerife, como ocurría hasta 1927. Un año aciago, en el que los intereses de la oligarquía canariona, apoyados por una dictadura que dictó a la fuerza, consiguieron dividir a los canarios en dos provincias y dejarlos más y mejor atados a los esclavistas peninsulares. Ese tinerfeño, esa tinerfeña y ese palmero deberían actuar sin temor. No les va a pasar nada porque pidan la independencia de Canarias. Ni los van a encarcelar, ni los van a fusilar.

Es absurdo seguir como estamos porque lo que está ocurriendo hoy es, además de una desgracia, una comicada. Qué disparate más grande seguir hablando de la reforma del Estatuto de Canarias en un Parlamento que sólo se pone unánimemente de acuerdo, como lo ha demostrado, para subirse los sueldos y perseguir la libertad de opinión e información. Por denunciar estas iniquidades y exigir la libertad de los canarios, los godos de la Península (que no son los peninsulares), los godos que residen en Canarias (que tampoco son los peninsulares), los cuatro insufribles godos de la prensa y la propia prensa canariona que se imprime en Tenerife atacan a EL DÍA; un periódico que sólo pide que el pueblo canario recobre lo que poseía. Lo que hoy es, o debe ser, el lema de nuestro tiempo canario: recuperar la libertad, la identidad y la dignidad que teníamos antes de ser invadidos, masacrados y esclavizados. Una aspiración que se convertirá en realidad, si Dios quiere, cuando llegue el final de este año. Mientras no poseamos estos tres dones divinos, no somos nada ni nadie. En cualquier caso, estamos convencidos de que ya no hay vuelta atrás.