AFLOJA el ventarrón que se ha metido desde el martes, día del Coso, partiendo de primera hora de la mañana. Desde la jornada anterior ya volaban los cacharros en los latigazos brutales de los soplidos del gigante atmosférico, dolido al parecer por el ansia de pasarlo bien. Como que la climatología se ha empeñado en ponerlo difícil a los carnavaleros. La cantidad de gente que no pudo al final mezclarse con los Indianos nos puede dar la idea de lo que influyen los condicionantes marcados por los temporales en estas siete montañas de mar. A cual más grande o larga, más altiva, más orgullosa y a veces más inaccesible.

Es así, tenemos que aceptar que hacemos estas conjuras populares en los meses de mayor adversidad, lluvia o frío, y los carneros de Tigaday, la cabalgata de Arrecife, la Drag Mandrágora, Suleima -la reina del Puerto-, Alicia -la reina de Santa Cruz- y todas las agrupaciones, murgas, comparsas, rondallas, carrozas, grupos, alegorías, disfraces, fechas o actos deben estar muy bien anclados en la precaución segura para no salir empapados o viento en popa y a toda vela. En esta ocasión hasta un terremoto vino a desatarse en fechas cercanas.

Hay que partir, pues, de la oposición de determinados dioses que con frecuencia intentan boicotear la alegría, quizás porque se trata de fiestas de origen pagano en honor de Baco, dios del vino. De multitudes desinhibidas que no cuentan con el completo beneplácito de todos los componentes del Olympo. La mitología griega situaba en ese monte (2.917 m de altitud), más bajito que muchas de nuestras cumbres, sobre 1.000 m menos que el Teide, el hogar de los seres divinos, presididos por Zeus. Allí se supone que moran Hera, Hefesto, Atenea, Kratos, Apolo, Artemisa, Ares, Afrodita, Hestia, Hermes, Demeter, Poseidón y Hades. Los helenos suponían que en el monte olímpico se habían construido unas mansiones de cristal en las que habitaban en una especie de urbanización espiritual de cosmología superior. Algo así, salvando las diferencias, como las del Camino del Óliver o La Manzanilla, por decir algo.

Sin embargo, a muchos los he visto vacilando a tope por la plaza de Candelaria, aunque en la constancia, como he comentado, de que hay un par de dioses que nos la tienen jurada. Nuestros estandartes carnavaleros siempre ondean victoriosos, pero es conveniente que nunca les perdamos el respeto. El mensaje a los dioses podría ser: vale, cabréate, pero después me permites desquitarme.

El Entierro de la Sardina es una ceremonia con la que, según cuentan los que "no" han venido por aquí, se celebra el final de D. Carnal, y de eso nada monada. Falta mucho. Los entierros suelen consistir en un desfile que parodia un cortejo fúnebre y culmina con la quema de una figura simbólica, generalmente representando a una sardina o a un chicharro achicharrado. El entierro o marcha se celebra tradicionalmente el Miércoles de Ceniza, salvo temporal, y en él también se mete bajo tierra simbólicamente al pasado, a lo socialmente establecido, para que puedan renacer con mayor fuerza o para que surja una nueva sociedad transformada.

Y la verdad es que necesitamos esa sociedad transformada, superar el pasado de dificultades y, sobre todo, meter en el boquete los números contabilizados hasta la fecha, superar la crisis y renacer como el Ave Fénix. Que nos perdonen los dioses, pero es el año que mejor viene la Sardina con todo lo que hay que quemar. Miércoles o viernes, ojalá, queden atrás la desaceleración acelerada, el paro, los sueldos miserables, las penurias de los agricultores, pescadores y ganaderos, el caos de las pymes, de los autónomos, de los profesionales… La verdad es que si esto fuera cierto sería maravilloso.

Quedamos en el Fragata, un bocadillo de pollo, dos cervezas, calentando motores. Ya sin fuente en la plaza de La Paz -otra viuda- la lentitud del cortejo permite a todos los retrasos o retrasados salir y entrar nuevamente, el anonimato y la quedada continuada en esa catarsis desnortada con un público en canales abordados por los partícipes que se meten con los espectadores. Toma y daca. Hay de todo: curas, obispos, brujas, monjas, diablos, pero, sobre todo, viudas y viudas que al ritmo cadencioso de mezcla de paso fúnebre y batucada se apoderan sin dobles lecturas de ese río negro que sólo hace tonterías para las risas.

Tres noches y el Carnaval de Día.