MIENTRAS la bolsa española se hundía, Zapatero leía la biblia en Washington. Leer la biblia no es una mala costumbre. Todo lo contrario. El "pero" está en que no creo que el presidente del Gobierno crea en la Biblia. No porque piense que sea creyente o, por el contrario, ateo, o al menos agnóstico -las convicciones espirituales de cada cual no me incumben en absoluto- sino porque el señor Rodríguez Zapatero sólo cree en su propio credo; que no es un ideario o discurso escrito, una especie -salvando las distancias- de Mein Kampf hitleriano o cualquier otro manifiesto de creencias más o menos acertadas. Las creencias en las que cree el presidente son una ristra de ocurrencias que se le ocurren sin ton ni son -cuando no un rosario de caprichos rezado con letanías que, de tan repetidas, empiezan a cansar- y que el de León las va enunciando según le vienen a la cabeza. En fin; he sido redundante adrede para remarcar que esto se parece a una noria: siempre en movimiento y siempre en el mismo lugar. Al menos las norias sirven para elevar agua o divertir a los niños en las ferias de atracciones. El movimiento inútilmente circular de Zapatero sólo vale para seguir excavando el agujero en el que está hundiendo a este país.

Alguien comentaba hace unos días en una tertulia que la palabra economía, cuyo primer significado según el diccionario de la Real Academia es "administración recta y prudente de los bienes", hunde sus raíces etimológicas en un término griego utilizado asimismo para designar a la mujer capaz de administrar los recursos, casi siempre escasos, del hogar, de forma que alcancen para todos y para todo el mes. Veinte siglos después un político francés, entonces presidente de la República gala, expresó más o menos lo mismo al decir que un país se gobierna con ocho horas de sueño y el sentido común de un ama de casa. Con la cabeza despejada y con una elemental lógica doméstica. Como estoy plenamente de acuerdo con estos planteamientos, siempre he tenido muchísima fe -un tipo de fe diferente a la que posiblemente no tiene Zapatero cuando lee la Biblia- en la contabilidad de las mujeres. Conocí a una chica que repartía su sueldo en varios sobres en cuanto cobraba. En uno ponía lo que pensaba gastar en comida ese mes, en otro lo destinado a vestuario, en un tercero lo que se podía permitir en sus salidas los fines de semana, etcétera. También había un sobre para imprevistos, cuyo contenido jamás tocaba salvo en el caso de una urgencia muy urgente. A mí aquel sistema me pareció pueril. Algo lógico, pues entonces tenía poco más de veinte años y muchas cosas me parecían simplonas o directamente pollabobescas. Craso error, pues aquella joven, que llegó a Santa Cruz procedente de un pueblo de Tenerife para trabajar de dependienta en una tienda, fue luego administrativa de comercio de mayor importancia, luego contable de una empresa más grande aún y así. La última vez que hablamos ya era jefe de personal -o jefa, aunque a ella la polémica del género gramatical le trae sin cuidado- de una importante compañía radicada en Zaragoza, cuyo nombre no cito para no identificarla y ponerla en un brete ante sus superiores. Parece que el sistema de los sobres funciona; al menos le funcionó a ella.

En tiempos más recientes -hace tan sólo un par de días- me quedé haciendo cruces cuando otra fémina, también a cargo de una empresa que dirige con ese imprescindible sentido del dinero que debe tener toda señora de su casa, me decía como varias personas le habían rechazado una oferta de trabajo con la excusa de que mientras cobraran el seguro de desempleo podrían ir tirando sin moverse de su casa. "Zapatero está creando vagos", me dijo a medio camino entre la incredulidad y la indignación.

Ahí está el problema. Para administrar un país hace falta repartir el dinero en más sobres que los estrictamente necesarios para vivir en un piso de soltera compartido con dos amigas; desde luego que sí. El método, no obstante, ha de ser el mismo en el sentido de que esos sobres no pueden estar unidos como si fuesen vasos comunicantes. Cuando se acaba el dinero destinado a la discoteca del sábado por la noche, se deja de ir a la discoteca el sábado por la noche hasta que concluye el mes, pero no se echa mano del sobre del alquiler, o del destinado al transporte, porque entonces empiezan los problemas. Por supuesto, tampoco es sensato poner inicialmente más dinero en el sobre del jolgorio que el estrictamente razonable a la vista de otras necesidades perentorias. En resumidas cuentas, no resulta sensato seguir llenando el sobre de los subsidios y las subvenciones a costa de vaciar los otros. Lástima que la capacidad intelectual de Zapatero como gobernante no llegue al nivel de una chica de pueblo llegada a la capital con lo puesto aunque, eso sí, con las ideas muy claras sobre lo que uno puede y no puede hacer con ese bien escaso llamado dinero.

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