El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es, posiblemente, el acontecimiento más importante de los que vive nuestra isla a lo largo de cada año. Exteriormente quizá es también un elemento característico de nuestra tierra sólo superado por nuestro inigualable clima. Si jugásemos a relacionar fiestas populares, todo el mundo es capaz de asociar las Fallas a Valencia, los Sanfermines a Pamplona, la Feria de Abril a Sevilla…y, sin ningún género de dudas, los Carnavales a Tenerife.

Estamos, por tanto, ante un fenómeno con el que se nace y para el que viven miles y miles de personas durante todo el año. Para llegar al sitio al que estamos ahora mismo ha sido necesario labrar un prestigio que nos otorga la singularidad de nuestras tradiciones, una leyenda que se ha cosido lentejuela a lentejuela para que nuestras candidatas y agrupaciones luzcan las fantasías más espectaculares, que se impregna del tradicional buen rollo que siempre ha caracterizado a las máscaras y que, cada febrero, se salpica con la diversión, el color y los sonidos que convierten a nuestro municipio en la capital mundial de la diversión durante unas semanas.

Esta fiesta es también una época de ilusión. Una cuenta atrás que todo el que nace aquí lleva dentro y el que nos visita subraya en rojo en su agenda para no perdérselo cada vez que tiene oportunidad de hacerlo. Es una energía casi mágica. Una fuerza intangible y contagiosa que se expande por todos los rincones y que, por unos días, nos hace disfrazarnos de lo que no somos, soñar con lo que nos gustaría ser y sentir, en cualquier calle, el placer de vacilar con el que no nos reconoce o jugar a conquistar territorios que nos están vedados durante el resto del año.

Esa esencia particular e intransferible dota a Santa Cruz de un carácter de exclusividad que nos ha hecho conocidos en todo el mundo. Quizá el Carnaval ha puesto a Santa Cruz en el mapa global y, por esa razón, este año más que nunca era hora de reconocer la labor de cientos de personas populares y anónimas que han construido la fiesta que tenemos y a los que pretendemos honrar con nuestro particular y merecido homenaje.