1.- Pongamos que yo sea creyente, aunque sea un mal creyente. ¿Creyente en qué? En Dios, por ejemplo. En la doctrina de Jesucristo. Pero hay cosas que no entiendo, porque soy también muy elemental; lo reconozco. Leo en la prensa que, según un libro ("Por qué es santo") que firman su postulador a la beatificación, , y un periodista llamado Saverio Gaeta, Juan Pablo II dormía desnudo en el suelo y se flagelaba. Se azotaba, apunta el libro como una gran cosa, incluso en verano, ya que se llevaba las cintas a Castelgandolfo. A mí el castigo físico me parece sadomasoquismo puro. Quien quiera creer en la pasión y muerte de Jesucristo, que lo haga. Fue muy cruel y muy triste este episodio de la historia de la cristiandad. Pero al menos su sufrimiento se lo produjeron otros. ¿Qué gana un hombre, y más de esta relevancia, flagelándose como esos árabes que vemos en la televisión, que lo hacen para redimir la muerte de su profeta? ¿Por qué esa mortificación de la fría desnudez y del silicio para redimir a su Dios, cuando la propia religión católica estima como pecado la mutilación? ¿Necesita un Dios que lo rediman? ¿Es esto lógico, tiene algún sentido, sirve para algo? ¿Se trata del sacrificio por el sacrificio? ¿O es que no hay virtudes como la honradez, la generosidad, la paciencia, la tolerancia, el trabajo, la justicia, que sirvan como pasaporte al Cielo y haya que estar dándose estampidos en la espalda y dormir en el mármol frío del Vaticano para ganar un sitio allá arriba (suponiendo que el Cielo esté "arriba" y el Infierno "abajo"?

2.- Me parece muy bien que los católicos, yo incluido, porque todavía creo que lo soy, canonicemos a Juan Pablo II, pero no por destrozarse la espalda y sacrificar eternamente su sueño terrenal, sino por la inmensa labor pastoral que hizo, por su sentido de la justicia social, por sus esfuerzos para mantener la paz en el mundo. Cuando veo imágenes procedentes de Oriente Medio y asisto al sacrificio de animales, a la brutal mutilación de personas, las aparto, por violentas. Nunca toleré que la Iglesia Católica me marcara ayunos o prohibiciones de comer carne, que se subsanaban comprando un pliego enorme al que llamaban bula. Comprabas la bula y a hincharse de todo.

3.- Dos veces vi a aquel Papa. Una en Roma, durante la visita a una iglesia cerca de la plaza de España. Yo estaba por los alrededores. Y la otra en la residencia de verano de Castelgandolfo, porque mis hijas se empeñaron, un domingo, en asistir a la audiencia tradicional. Las dos veces me pareció este hombre una persona agradable, que había sufrido mucho con los problemas de la Iglesia, con los derroteros del mundo y con el atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981, a manos del turco Ali Agca. Nunca pensé que tuviera que flagelarse para ganar el Cielo. Para mí, el castigo en propia carne no es un pasaporte a la santidad sino un visado para la idiotez. Lo siento, pero así lo creo y así lo digo.