CON SUMO agrado leí en su día el artículo Plaza del Charco, en el que Andrés Chaves echa a volar ese lirismo que tiene guardado no se sabe dónde y al que suele sustituir por frases y palabras que en nada se parecen a las empleadas en el trabajo al que me estoy refiriendo, publicado el domingo 10 de enero.

Todo lo que apunta Chaves en su bella exposición literaria lo conozco perfectamente. También me atrae a mí su Puerto de la Cruz. (En este caso no coloco delante ni artículo, ni preposición, ni contracción porque no hace falta, según comprobarán ustedes). Lo que me extraña, en primer lugar, es que Andrés se olvidara de citar la ñamera, tan ensalzada siempre por doña María Rosa Alonso y su sobrino Elfidio. La ñamera del Puerto es mucha ñamera, como lo ha sido siempre la de la Plaza de Abajo, en mi pueblo, aunque la pobre esté pasando ahora, no sé por qué, una etapa de horas bajas.

Tampoco habló Andrés de la Tertulia, con mayúscula. Escribe "esa aristocracia falsa y devaluada en la Cámara Alta", que no me parece que tenga nada que ver con aquellas reuniones político-literarias que integraban el escritor y ex alcalde mi pueblo, don Luis Castañeda; el médico de Los Silos, don José Gorrín; el escritor icodense don José (no recuerdo su apellido), el abogado orotavense don Jesús Hernández Acosta… No sé si se me queda alguno más en los pliegues de la memoria. Tal tertulia tuvo siempre el mejor cartel, aunque no sé qué opinión tendría el amigo Chaves de ella.

También yo recordé con agrado a aquel actor portuense llamado Tom Hernández, que estuvo en Hollywood pero sin tener la suerte de descubrir allí la pólvora. (Ahora no recuerdo si debo decir descubrirla o inventarla). Pero, si en lugar de llamarse Tom Hernández se hubiera llamado, por ejemplo, Richard del Teide… En cambio no conocía yo el detalle de que hubiera en el Puerto dos calles llamadas Agustín de Bethencourt. Sé que tal situación se vive en Venezuela, donde hay una avenida bautizada Bolívar y otra que se llama El Libertador. Aparte de que también se apellidan Bolívar varias plazas, comercios, farmacias, sastrerías…

Cuando Chaves dice que frente al Olimpia se hablaba de fútbol no se refería a citar a Kubala, Di Stéfano, Molowny ni Zarra, sino a Pagés, Soriano, Vicente, Germán, del Pino, Alberto… que formaban un C.D. Puerto Cruz irrepetible; tan irrepetible como aquel Real Madrid al que Franco ayudó a ganar no sé cuántas copas, según versión barcelonista. (¡Pobres!).

Pero mi amigo Andrés es un personaje voluble, aunque él no esté de acuerdo con lo que digo. Porque ya me dirán ustedes cómo debo llamar a quien habla en canario y escribe en peninsular. No me estoy inventando las cosas. Mi amigo portuense suele emplear la llamada perífrasis verbal pero, cuando habla con la gente, no se le escapa ni una, señal de que las escribe como un simple adorno. Vean: el pasado día 8, en su columna tan leída (denostada por unos y aplaudida por otros, como no podía ser menos) el periodista nos habló de la afición que tenía su padre a comprar billetes de lotería, aunque nunca lo acompañara la suerte. Le ocurre lo mismo a su hijo, empeñado, a estas alturas, en hacerse rico. Y escribió, para aclararlo, las siguientes palabras:

"Debe de ser que eso se hereda".

Ni por asomo se me ocurre decir que mi amigo se ha equivocado. No quiero que me ponga en los cuernos de la luna. (En el supuesto, claro está, de que la luna tuviera cuernos, que no lo creo). Pero yo hubiera escrito la misma frase suprimiendo la preposición porque me parece más coloquial, más canario. Es, justamente, lo que hacemos con ustedes comen, en lugar de decir vosotros coméis, que es lo correcto. Pero si hacemos concordar o concertar la segunda persona del plural con la tercera y nos quedamos tan panchos, creo que suprimir la preposición de en la perífrasis es sencillamente peccata minuta.

Ya sé, Andrés, que si la frase denota probabilidad o suposición lo correcto es colocar la dichosa de. Pero según el Panhispánico -¡qué sería de mí sin él!- la lengua culta admite también el uso sin preposición. Y ofrece, como ejemplo, una frase de Vargas Llosa, que no cito ahora porque ya lo hice hace varias semanas.

Y te dejo ya en paz, amigo. ¡Por ahora!